miércoles, 3 de octubre de 2012

Dios sigue soñando / Vigesimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – Mc. 10, 2-16 / 07.10.12


2 Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?”. 3 Él les respondió: “¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?”. 4 Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella”. 5 Entonces Jesús les respondió: “Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. 6 Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. 7 Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, 8 y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. 9 Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.10 Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. 11 El les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; 12 y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”.13 Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. 14 Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. 15 Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. 16 Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos. (Mc. 10, 2-16)


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Estos son de los pocos fariseos que quedan a estas alturas del Evangelio según Marcos. Están fuera de su territorio conocido, de la Galilea. Allí actuaban a sus anchas. Pero con el cambio de escenario, con el inicio del camino de subida a Jerusalén, su protagonismo como antagonistas de Jesús tuvo que ser relegado en manos de otros grupos religiosos. Volverán para dar su última aparición en Mc 12, 13, junto a los herodianos.
Como en otras oportunidades, los fariseos se acercan para poner a prueba a Jesús. La intención queda develada desde el principio. Las preguntas que le formulan no son sinceras en su intención. Sí lo son en la problemática que abordan, como veremos más adelante, pero están teñidas de un halo de trampa. En este caso, debemos suponer que Jesús tenía una posición ya tomada al respecto de lo que le preguntan, y que su posición era pública; por eso la pregunta buscaría dejarlo al descubierto como desobediente de la Ley. Si bien existían varias escuelas de interpretación en el judaísmo, todas respetaban la letra explícita de la Ley de Moisés, y divagaban sobre esa letra, sin ponerla en tela de juicio. Básicamente, las escuelas interpretativas hacían una hermenéutica descriptiva, de mero desarrollo de lo existente, o una hermenéutica legislativa, interpretando aquello que la Palabra no había normatizado en detalle. Dos de las más importantes y sobresalientes de estas escuelas eran las lideradas por los maestros Schammai e Hillel.
La pregunta en concreto que debe responder Jesús ahora es sobre la licitud del divorcio. De por sí, en el contexto de la Ley de Moisés, la pregunta es una redundancia. Si un judío acepta la Ley mosaica como designio y palabra divina, entonces no puede criticar o poner en duda su legitimidad. Si lo hace, entonces está rechazando a Israel y a su Dios. Esa es la trampa. Jesús ya se ha expresado abiertamente sobre la posibilidad de que la Ley de Moisés no sea completa, no sea exactamente Palabra de Dios, y sea perfeccionable. Entonces, como fondo de la temática del divorcio, está la cuestión de si lo que proclamó Moisés tiene validez o no, si el judaísmo puede estar fundado en ello o puede ser plástico con esa Ley. Está la cuestión de la relación de Jesús con la Ley: ¿vino a abolirla, vino a cumplirla al pie de la letra, vino a modificarla, vino a superarla?


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Jesús contesta con una pregunta. Es parte de su técnica de oratoria en las discusiones. Pregunta a los fariseos qué les ha ordenado Moisés a ellos. Si la cuestión es la legitimidad de la Ley mosaica, es necesario conocer primero qué dice.

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La respuesta de los fariseos es exacta: Moisés permitió el divorcio. El versículo clave está en Dt 24, 1: “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le escribirá un acta de divorcio, se la pondrá en su mano y la despedirá de su casa”. A pesar de lo explícito, la Ley no abarcaba por completo los detalles ni las minucias. La gran pregunta de las escuelas interpretativas era de qué se trataba ese algo que desagrada.
La Ley sí había dispuesto limitaciones para el acto del repudio, como por ejemplo, la imposibilidad de divorciarse de una mujer tomada de un pueblo extranjero conquistado (cf. Dt 21, 10-14), la imposibilidad de acusar a una mujer públicamente por no hallarla virgen sin las pruebas correspondientes (cf. Dt 22, 13-21) o la imposibilidad de repudiar a una mujer con la que se han tenido relaciones pre-matrimoniales (cf. Dt 22, 28-29). Pero respecto a la extensión y calidad de ese algo que desagrada no había acuerdo. Para la escuela de Schammai, siempre es ilícito divorciarse, excepto en caso de adulterio, y allí se encontraba ese algo que desagrada. Para la escuela de Hillel, en cambio, las causas de divorcio eran muy variadas y hasta insólitas; inclusive el hecho de dejar quemarse la comida constituía parte integrante de ese algo que desagrada.

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Jesús les hace una observación interesante: Moisés ha hecho una concesión por el corazón duro de Israel, o sea, ha modificado algo que existía de una determinada manera, introduciendo un permiso. Por lo tanto, la ley mosaica sobre el divorcio no es otra cosa que un agregado a otra ley mayor, una modificatoria temporal. La razón para hacerlo es la sklerokardia, el anquilosamiento del corazón. Israel había perdido la capacidad de ser pueblo de Dios. Cada israelita había perdido la capacidad de ser persona en su máxima expresión. Habían llegado a una situación insostenible que exigía volver a reconsiderar las normas para no forzar lo imposible. Así surgen los parches a la Ley divina. En sí, no es un proceso que compete sólo a Israel. Para Jesús, toda la humanidad endurece su corazón, se aleja de la posibilidad de plenitud humana, y salen al rescate de ello las prescripciones incompletas e imperfectas que buscan limitar las andanzas de los corazones errantes. Son concesiones momentáneas para no alejarse demasiado, son invitaciones a volver, de a poco, a revitalizar el corazón.
Esta observación de Jesús va mucho más de las leyes en sí; se trata de poner en tela de juicio la supuesta primacía de la ley dada por Moisés (y de las leyes dadas por cualquier ser humano), subordinándola a otra más grande y anterior, que tiene que ver con los orígenes, y por lo tanto, con lo que está en el origen de todo: Dios. Este pensamiento no es ajeno al Antiguo Testamento. Ya Ez 20, 25 intuye que algunos preceptos religiosos no son buenos en sí mismos y no comunican la vida de Dios.

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Para el pensamiento judío, en cierto sentido, el éxodo y la alianza del Sinaí son los hechos fundantes de su historia, y por extensión, los hechos que sirven como matriz para todo lo demás. Entonces, en la jerarquía ética israelita, lo primero es lo dicho por Moisés, luego lo demás, que debería estar en concordancia con aquello. Mientras los fariseos presentan la legislación mosaica como palabra primordial, Jesús se remonta a la Creación, a los orígenes. Ahí está la Ley original, la verdadera Ley de Dios. Lo que sigue a continuación en la historia son interpretaciones humanas y normativas imperfectas. La perfección/plenitud está en el Edén. Jesús no niega la utilidad de la ley mosaica y su aplicación como necesidad concreta, pero recuerda que esa ley no es otra cosa que un borrador.
Desde los comienzos, Dios nos ha creado varón y mujer (cf. Gn 1, 27). Hay un estado primordial del humano, un momento de luz extrema que está relacionada con la salida inmediata del seno divino. Luego, la misma historia humana desvirtúa esa luz. Pero la luz no se apaga; al contrario, busca proyectarse y recuperar la luminosidad primigenia en el final, en la resolución, en lo escatológico. Jesús evoca el Edén para evocar el fin, recuerda el principio para recordar la realización definitiva.

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Gn 2, 24 es la otra cita que utiliza Jesús en su argumentación. El ser humano (el anthropos) deja su familia para unirse a otra creatura. Hay una migración de amor, de encuentro con el otro. Dejando la casa paterna/materna, el humano va en busca de otro humano. Es un ciclo que se repite incesantemente en la historia. Es la salida para entrar, la expansión para centrarse. El ser humano no escapa de la humanidad (padre y madre), sino que proyecta su humanidad en otro, potenciando la capacidad creadora de los que se unen.

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Los dos que forman la nueva unión son una sola carne (también con inspiración en Gn 2, 24). En primer lugar, la metáfora es sobre las relaciones sexuales; pero si consideramos el sentido espiritual de la unión carnal, propio de muchas religiones, entendemos que la metáfora es mayor. La unión sexual es buena y gozosa en sí misma, pero no se queda en ese nivel, sino que es sacramento de algo mayor, expresión de un tipo de unión que se da entre dos personas y que es única. No todos se relacionan sexualmente entre sí, y los que lo hacen viven algo único, especial. Por eso el respeto que muchas religiones tienen con el tema sexual. En algunos casos de desvirtuó hacia moralinas sin sustento y hasta en obsesiones, pero el sentido religioso original de la protección de la relación sexual es su ideal: la expresión de un lazo humano inigualable.
Hay dos seres humanos en relación, pero la relación es tan íntima, que son una sola carne, como si fuesen un solo ser humano. La desunión parece imposible, y a eso apela Jesús para reconocer que Moisés ha elaborado un parche, una salvedad. De ninguna manera ese subterfugio es lo primordial; es un permiso ante situaciones que fallan persiguiendo el ideal, pero no debería ser la norma. Jesús todavía sigue confiando en la posibilidad de concretar el Edén.

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La sentencia final es una advertencia para los fariseos: que el ser humano no se crea con la potestad para modificar la utopía del Edén. Se han permitido salvedades, pero eso no significa que Dios renunció al ideal. Si el ser humano así lo cree y se impone formas de vida contrarias al Reino, entonces es un ególatra, está tomando el lugar de la divinidad. Lo que Dios ha soñado, el ser humano no lo olvide. Lo que Dios ha proyectado para sus hijos, el ser humano no lo destruya. Lo que Dios ha fijado como meta, no quiera el ser humano denigrarlo.
Quizás se esté hablando de la cuestión del divorcio, pero en el fondo se habla de la actitud frente al proyecto del Reino, frente al planteo universal de búsqueda de la felicidad. ¿Qué hacer con el Paraíso? ¿Olvidarlo, mejorarlo con tecnología humana, seguir esperando? ¿Qué hacer en un mundo corrompido que, supuestamente, busca la plenitud? ¿Cómo creer todavía en el Edén escatológico entre perversiones y desnaturalizaciones del ser humano? Esa es la cuestión teológica (más que pastoral) detrás de la discusión sobre el divorcio.

10
Estando en la casa, lugar de enseñanza discipular, símbolo de la Iglesia, los discípulos quieren más explicaciones. Podemos suponer, con fundamentos en esta alusión de Marcos, que el tema del divorcio era una cuestión candente de la comunidad y que los oyentes/lectores querían respuestas de tipo pastoral, más allá del planteo teológico. ¿Es lícito divorciarse en el cristianismo? ¿Legisló Jesús sobre este tema? ¿Qué hacer con los divorciados en la comunidad?

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La respuesta es que quien se divorcia y se casa con otra comete adulterio. A simple vista, la frase da la posibilidad de divorciarse, siempre y cuando no haya nueva unión. De manera sacramental, la primera unión ha formado una sola carne que ya no puede dividirse, si seguimos el razonamiento previo. Jesús no estaría prohibiendo el divorcio, sino las uniones posteriores al divorcio.
Es posible que esta haya sido la norma de vida de las primeras comunidades cristianas respecto a este tema. Si consideramos el contexto de espera de la Parusía, con la esperanza en la inminente llegada del Hijo del Hombre glorificado para instaurar el Reino definitivo, la ley tiene mucho sentido. Si Jesús volverá pronto, ¿para qué se volvería a unir a una mujer el divorciado? Conviene que espere la Parusía, que sucederá de un momento a otro. En cierta manera, la nueva unión atenta contra el estado de espera de las cosas creadas. Si la situación es insostenible, que se divorcie, pero que quede en ese estado de divorciado, esperando la Parusía. También podemos considerar la situación del escándalo público que las primeras comunidades quieren evitar. Si un cristiano se divorcia y contrae matrimonio con otra mujer, que seguramente también está en la comunidad, la situación puede volverse insostenible. Recordemos que son comunidades pequeñas, donde todos se conocen íntimamente y se reúnen en la misma casa para celebrar. ¿No generaría esto un escándalo? ¿Y si el divorciado hace nueva unión con otra mujer que no es cristiana? ¿Seguirá asistiendo a las celebraciones? ¿Abandonará el camino del discipulado? Son realidades que nos ayudan a contextualizar la legislación para esa época. Si trasladamos esa norma, sin tamices, hasta nuestros días, cometemos un anacronismo. Hoy tenemos otra situación de Iglesia, tenemos otra concepción sobre el escándalo y otra visión teológica sobre la Parusía. Nos merecemos, por lo tanto, otro debate.

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El único relato paralelo que encontramos en los demás Evangelios se encuentra en Mt 19, 1-12, y lo traemos a colación para remarcar que Marcos añadió esta variante que da a entender que tanto el varón como la mujer pueden repudiar a su cónyuge. La legislación mosaica no contempla el repudio de la mujer al varón, aunque sí era posible en la legislación romana.
De esta manera, Marcos habla en la cultura de sus oyentes, tomando una discusión de trasfondo rabínico y aplicándola a su comunidad. Recordemos que la comunidad marquiana no es exclusivamente judía ni mucho menos; seguramente, un gran número de oyentes/lectores son paganos convertidos, regidos toda su vida por un sistema legal romano. Para ellos es natural que el divorcio tenga dos vías: del varón a la mujer y de la mujer al varón.

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Nuevamente el sujeto anónimo de la redacción marquiana trae a unos niños para que Jesús los toque. El tacto, aquí, no es la búsqueda de una curación. No es una imposición de manos para restablecer la salud, sino que se trata de bendición. Los niños son traídos para ser bendecidos. Tampoco es la clásica bendición que conocemos hoy en el ambiente cristiano actual, como bendición a la niñez y a la inocencia. Esta bendición judía para los niños es una buena palabra dicha hacia ellos en vistas a lo que serán de adultos. Se los bendice por la potencia que tienen de ser adultos, no por su estado de niñez.
Por alguna razón que no nos describe el autor, los discípulos detienen a los niños. Sobre el análisis final de la escena veremos una hipótesis al respecto. Lo cierto es que Marcos es reservado. La actitud de los discípulos no se entiende en sí misma.

14
La invitación a ser como niños debe analizarse desde el niño de la época de Jesús. En general, el niño no es considerado en sí mismo, sino en potencia, en lo que puede llegar a ser. El niño varón será un padre, y ese es su valor; la niña mujer será una esposa, y así vale, para el futuro matrimonio. Todavía no está difundido el concepto de los derechos de la infancia, ni tampoco la idea del respeto casi sagrado a los niños como principales víctimas de lo que sucede alrededor, en la historia de los adultos. El niño es un apéndice familiar que no tiene voluntad propia. Sus padres (su padre, sobre todo), deciden por él o ella. En cierto sentido, la mujer y el niño están igualados en su condición inferior respecto al varón padre de familia. Son las consecuencias de una sociedad patriarcalista. Los menores de seis años no son conocedores de la Torá, y por ello, en una religión fuertemente ligada al Libro Sagrado, estos menores no tienen nada ante Dios, porque no conocen su palabra.
Pues bien, el Reino de Dios les pertenece. No son nadie para su sociedad, son marginales, no tienen decisión propia, son oprimidos. De ellos es el Reino. La paradoja de la herencia: el Reino no es de los poderosos, de los que dirigen, de los que están arriba, sino de los niños.

15
Ser como niños, recibir el Reino como pequeños, es achicarse un poco, ir decreciendo socialmente para encontrarse con los decrecidos obligados, los que nacen condenados a ser últimos. A sus discípulos, Jesús les propone ser últimos por elección. Porque el Reino se trata de eso, de ir hacia abajo para estar con los que están más abajo, en lugar de intentar escalar a toda costa. Los niños palestinos son la imagen: últimos en su sociedad, dependientes, no tenidos en cuenta, considerados a-religiosos. Los discípulos de Jesús deberían tomar esa condición, no para la humillación que degrada, sino para estar junto al otro oprimido, para acompañar, y para entender mejor el Reino.

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En el final de la escena se cumple lo que los discípulos intentaban evitar. Jesús recibe a los niños, les impone las manos y los bendice.
Algunos exegetas pensaron que esta escena podía ser una referencia al problema de la admisión de niños en el bautismo. Según esta interpretación, el Jesús de Marcos rechaza a los discípulos que están en contra del bautismo de los niños y aprueba la práctica bendiciendo. La bendición sería la metáfora para el bautismo. La hipótesis es válida, pero las referencias no son tan claras como para inclinarse definitivamente por esa interpretación, y parece muy temprano en el desarrollo histórico del cristianismo para que las comunidades tuviesen esa discusión teológica a tal nivel de profundidad que justificase la inclusión en el Evangelio. De todas maneras, si se tratase o no de una referencia al bautismo, es importante la revaloración del niño. Para Jesús no son un proyecto en potencia, sino que los niños existen en plenitud y valen como seres humanos desde su nacimiento.

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