martes, 8 de enero de 2013

Descubrirse Hijo de Dios / Bautismo del Señor – Ciclo C – Lc 3, 15-16.21-22 / 13.01.13


5 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, 16 él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo 22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.

Pistas de exégesis (qué dice el texto)
El acontecimiento (Jesús bautizado por Juan) es uno de los más atestiguados por la cuádruple tradición evangélica. Esto representa un dato no menor. Pocos hechos de la vida de Jesús tienen tanto sostén histórico. El primero en narrarlo fue Marcos, alrededor del año 70 d.C., y la cita es Mc 1, 9-11; se trata del relato más breve de los Evangelios Sinópticos. Luego lo pusieron por escrito Mateo y Lucas, más de una década después, y cada uno le dio su impronta.
El problema teológico de la escena era la relación entre el Bautista y Jesús: ¿quién era verdaderamente el Mesías?, ¿por qué el Mesías se bautizaría con alguien supuestamente menor que Él?, ¿qué papel queda para Juan en el plan de salvación?. Mt. 3, 13-17 lo soluciona añadiendo un diálogo entre los protagonistas (Mt 3, 14-15), donde el Bautista se resiste a bautizar a Jesús, pero éste insiste argumentando que es preciso cumplir con toda justicia. Lucas avanza un poco más y, en sus primeros dos capítulos, presenta en un díptico las concepciones, nacimientos y circuncisiones del Bautista y de Jesús, dejando bien en claro que el primero está subordinado al segundo desde siempre. El relato lucano del bautismo también tiene sus improntas, pero eso lo veremos más adelante. Finalmente, sobre los albores del siglo II, el Evangelio según Juan habrá eliminado la escena del bautismo para mencionarla de pasada en labios del Bautista, quien asegura haber visto cómo el Espíritu de Dios bajaba y se posaba sobre Jesús (cf. Jn 1, 32-34).

Mientras más profundizaban los primeros cristianos el misterio del Cristo, más descubrían la verdadera condición de Jesús, pero también hallaban más problemas. Estos problemas requerían soluciones teológicas que las comunidades fueron elaborando lentamente. El problema del Bautista fue uno de los más disputados. Baste como ejemplo lo que cuentan los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo sobre Apolo, un judío que enseñaba sobre Jesús, pero sólo conocía el bautismo de Juan (cf. Hch 18, 24-25), y tuvo que ser catequizado por Áquila y Priscila sobre la exactitud del cristianismo (cf. Hch 18, 26); o los discípulos de Éfeso con los que se encuentra Pablo, que ni siquiera habían oído hablar del Espíritu Santo (cf. Hch 19, 1-2) porque sólo tenían el bautismo de Juan (cf. Hch 19, 3). La crónica de Hechos demuestra que durante un considerado tiempo convivieron los discípulos joánicos con los discípulos jesuánicos, y que sus bautismos se realizaban en paralelo. Evidentemente, para los joánicos, el Bautista era el maestro a seguir y, para muchos de ellos, era el Mesías esperado. Con esa situación se abre la perícopa de hoy, que no refleja sólo la creencia de la época de Jesús, sino la situación de la comunidad lucana: todos piensan en sus corazones si Juan no será el Mesías, todos se permiten dudar sobre su verdadero papel en el plan salvífico.

El relato lucano del bautismo tiene sus características particulares para explicar la diferencia substancial entre Jesús y Juan, y la preeminencia del primero. Uno de los recursos literarios es la presentación en díptico de las infancias de ambos. Veremos ahora lo específico de la escena bautismal:
a) Juan está preso: la selección de versículos que realiza la liturgia no nos permite leer Lc 3, 19-20, donde el autor dice que Herodes encerró a Juan en la cárcel. Esto modifica substancialmente la escena, porque si el Bautista está preso, difícilmente pueda bautizar con su propia mano a Jesús en los versículos siguientes. En el Evangelio según Marcos, por ejemplo, Juan es entregado (cf. Mc 1, 14) después del bautismo. Al adelantar la prisión del Bautista se marca un corte histórico, un cambio de situación. Juan pertenece al Antiguo Testamento, es el último profeta de la Antigua Alianza, y no puede entrar en contacto con el Cristo, centro operante del nuevo tiempo. El texto es claro, nadie lo bautiza a Jesús, sino que “también fue bautizado”, con un sujeto tácito, que para nosotros puede ser directamente Dios.
b) Orando: Lucas es el único que presenta a Jesús orando en esta escena. Ni Marcos ni Mateo lo mencionan. El tópico de la oración es importantísimo en la obra lucana. El Maestro se retira a lugares desiertos para orar cuando la muchedumbre lo persigue porque se hace famoso (cf. Lc 5, 15-16), ora en una montaña la noche antes de elegir a los Doce (cf. Lc 6, 12), ora a solas cuando pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es Él (cf. Lc 9, 18), tras lo cual emprenderá la larga subida a Jerusalén (cf. Lc 9, 51). La transfiguración sucede enmarcada en oración (cf. Lc 9, 28-29). Y Lc 11, 1-13 contiene la enseñanza del Padrenuestro y la parábola de amigo insistente, en conexión con la de la viuda insistente (cf. Lc 18, 1-8). La Iglesia, tras la ascensión, será continuadora de la oración de su Señor (cf. Hch 1, 14; 4, 31). La relación entre Espíritu y oración es patente. Jesús es el animado por el Espíritu de Dios, es el que se deja habitar por el soplo del Padre. No es un hombre espiritual por ser desencarnado, sino todo lo contrario, es espiritual porque vive en la tierra con un sentido de trascendencia único que se lo da el Espíritu. Realiza la voluntad de Dios porque, orando, se deja compenetrar por el Padre para modificar la historia, la suya y la de su pueblo. En la oración asume su misión y su identidad y las revela, rechaza la fama y forma comunidad. Orando, Jesús es/existe.
c) Engendrado hoy: la voz del cielo en el relato lucano se diferencia de la tradición de Marcos y Mateo. Mientras estos parecen citar una combinación de Is 42, 1 y Sal 2, 7, Lucas se basa solamente en el salmo. La voz da cumplimiento a Lc 1, 32, cuando el ángel anuncia a María que su hijo será llamado Hijo del Altísimo. Pero no es sólo cumplimiento de algo profetizado en el pasado, sino actualización de la filiación divina. El sentido del hoy, ya presente en la cita del salmo, es muy importante para Lucas. A los pastores se les anuncia que hoy ha nacido el Salvador (cf. Lc 2, 11), Jesús asegura en la sinagoga que las palabras de Isaías sobre el ungido de Dios se cumplen hoy (cf. Lc 4, 21), tras la curación del paralítico la gente dice que ha visto cosas increíbles hoy (cf. Lc 5, 26), Zaqueo debe bajar porque hoy se aloja el Maestro en su casa (cf. Lc 19, 5) y hoy llega la salvación a esa misma casa (cf. Lc 19, 9), al malhechor crucificado se le asegura que hoy estará con Jesús en el Paraíso (cf. Lc 23, 43). El Evangelio no es algo de ayer que ya no nos incumbe, ni algo que sucederá algún día y que conviene esperar de brazos cruzados. El Evangelio es actualidad, es hoy, es ya, es ahora. Dios engendra a su Hijo hoy porque engendra hijos siempre, porque nunca deja de ser Padre, nunca ha dejado de serlo ni alguna vez existió sin serlo. La filiación es una constante en tiempo presente, porque la salvación es en el presente de las personas.

Pistas hermenéuticas (qué nos puede decir hoy)
Jesús no es lo mismo que Juan el Bautista. Es la concreción de un anhelo muy profundo de Juan, la esperanza en la llegada del más fuerte (cf. Lc 3, 16). Es el agente mesiánico. ¿Pero cómo se da cuenta el judío de Nazareth de su identidad cristológica? Esa es una de las grandes preguntas en la investigación histórica sobre Jesús. ¿Sabía Él a ciencia cierta quién era? ¿Cuándo habría llegado a descubrirlo? Muchos coinciden en que el relato del bautismo por parte de los evangelistas es la escena que revela el proceso de auto-interpretación jesuánica. El texto lucano, por ejemplo, nos muestra un hombre orante que, en sintonía con el Padre, se descubre Hijo. Un hombre que buscando el sentido de su existencia lo halla plenamente en Dios y en los hermanos de su pueblo.

Jesús no ha sido un adivino de la voluntad de Dios, sino un oyente. Jesús discernía. La imagen omnisciente que nos hemos fabricado de Él contribuye a alejarlo del pueblo, en sonante diferencia con el judío que se bautiza cuando “todo el pueblo se estaba bautizando” (Lc 3, 21a). Poniendo a Cristo a lo lejos, ya no hay obstáculo para poner la Iglesia unos pasos más allá, o unos pasos por encima. El Jesús omnisciente es la posibilidad de proclamar una Iglesia omnisciente, que se sabe íntegra desde siempre y que de equivocarse no ha probado error alguno. En definitiva, una imagen eclesial falsa. Nos negamos el privilegio de crecer a partir del cuestionamiento, nos negamos la dicha de discernir, descartar, re-elaborar, cambiar, transformar y construir. ¿No será indispensable preguntarse casi constantemente quiénes somos?

El camino elegido por Jesús es el de la oración. El camino elegido por la Iglesia no podrá ser otro. Orar para entender y para entenderse, para poder mirar y mirarse, para encarnarse y proyectarse. Orar para escuchar y asumir la misión. Orar para sabernos hijos y para que los otros se descubran hijos también. La oración no es la abstracción que nos lleva al pasado para lamentarnos de lo que no hicimos, ni es la vía de escape hacia un futuro de ensueño que esperamos caiga del cielo. Orando somos/existimos porque dejamos que Jesús sea/exista en nosotros.
La identidad que la Iglesia descubre orando, la descubre en la oración encarnada. No podemos ser comunidad de lamentos ni comunidad de brazos cruzados. Somos comunidad en presente, entre los que hoy están alrededor nuestro, entre los que quieren animarse a descubrir los vericuetos de Dios. Somos comunidad incompleta, en discernimiento, en descubrimiento de sí misma, pero por eso mismo somos comunidad que se completa en el Cristo.

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