lunes, 25 de marzo de 2013

La Hora de lavar los pies / Jueves Santo – Ciclo C – Jn 13, 1-15 / 28.03.2013


Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Llega a Simón Pedro; éste le dice: “Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?”. Jesús le respondió: “Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde”. Le dice Pedro: “No me lavarás los pies jamás”. Jesús le respondió: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo”. Le dice Simón Pedro: “Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza”. Jesús le dice: “El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: “No estáis limpios todos”.Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros”.

Si bien el texto elegido litúrgicamente pertenece al Evangelio según Juan, y si bien los Sinópticos no conservan esta memoria, no son ajenos al mensaje de la perícopa. Lucas, el evangelista del Ciclo C, tiene un versículo interesante durante la última cena, unas palabras de Jesús a los comensales: “Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27). Los paralelos con lo leído hoy son elocuentes. El tema es el servicio; la paradoja está presente (el mayor es el menor, el Maestro y Señor lava los pies); el movimiento relacionado con la mesa también (Jesús, en lugar de estar a la mesa siendo servido, sale de ella para servir). La última cena, así, no es un evento aislado de la pasión, sino una dimensión más del hecho pasional, un acceso diferente, una lectura desde otro ámbito. En la última cena, Jesús ya se está entregando radicalmente, ya está anticipando y viviendo en presente la pasión.


Si quisiésemos esbozar una estructura de las acciones del Maestro en el gesto del lavatorio, tendríamos una distribución concéntrica:
A. Levantarse de la mesa
            B. Quitarse sus vestidos
                        C. Ceñirse la toalla
                                    D. Lavar los pies
                        C´. Secar con la toalla
            B´. Ponerse sus vestidos
A´. Volver a la mesa
El centro de la acción, por lo tanto, es el gesto de lavar los pies. Ese es el centro de la vida de Jesús: servir. Desde ese abajamiento (esa kenosis en término de Pablo a los Filipenses) cobra sentido su muerte y su vida. El por qué del comportamiento de Jesús es el lavatorio de los pies, o sea, es el amor. Este gesto servicial está ligado íntimamente al nuevo mandamiento del amor (cf. Jn 13, 34). Lavarse los pies los unos a los otros es amarse los unos a los otros, pero no con cualquier amor ni con cualquier servicio; el modelo es el Cristo. Se trata de un modelo apasionado y radical, un forma amorosa de dar la vida, de entregarse, de salir de uno mismo para los otros. Esa expresión máxima se hace evidente en la cruz. Por eso en la estructura concéntrica que presentamos, se sale de la mesa y se vuelve, se quitan los vestidos y se recobran, pero la toalla parece quedar ceñida. El Maestro se la ata antes del lavatorio, pero nunca se nos narra que la desate. Jesús va a entrar en el servicio definitivo, el servicio de la muerte injusta por transmitir vida. No puede quitarse la toalla porque seguirá sirviendo; Él es el servidor eterno.
La fuerza de esa disposición interna, la radicalidad de ese amor, encuentra su expresión literaria en el versículo introductorio. Jn 13, 1 no es solamente el proemio a la escena del lavatorio; es el prólogo de toda la segunda parte del Evangelio. Clásicamente, la narración joánica puede dividirse en una primera parte (o Libro de los Signos) que va de Jn 1, 1 a 12, 50, y una segunda parte (o Libro de la Hora) que va de Jn 13, 1 a 20, 31. A lo que sucederá en esta segunda sección nos presenta Jn 13, 1 con una serie de palabras de fuerte significado para la teología de Juan:
- Pascua: en el Evangelio según Juan se nombran, por lo menos, tres fiestas de Pascua. La primera es nombrada en Jn 2, 13.23 y está relacionada con el incidente del Templo, cuando Jesús expulsa a los vendedores y cambistas y declara que el Templo ya no tiene validez, que ahora su cuerpo muerto y resucitado es el nuevo y verdadero lugar de adoración. La segunda Pascua está en Jn 6, 4 y es sucedida por la multiplicación de los panes y el discurso sobre el pan de vida, haciendo notar que el modelo pascual antiguo es superado por el nuevo de comensalidad abierta y cuerpo y sangre del Mesías entregado. Finalmente, la tercera y última Pascua comienza en Jn 11, 55 y Jn 12, 1, con la resurrección de Lázaro, la entrada mesiánica a Jerusalén, y la aparición de los griegos que buscan a Jesús, en lugar de buscar el Templo. Esta Pascua de los judíos coincidirá con la Pascua de Jesús, que comienza en la última cena y hace un arco hasta la resurrección.
- Jesús: la palabra Jesús aparece 158 veces en la primera parte del Evangelio (hasta el capítulo 12 inclusive) y es el término más frecuente para referirse al protagonista de la obra. Otras palabras, como Cristo (16 veces) o Mesías (2 veces) tienen muy poca presencia cuantitativa. El cuarto Evangelio está muy preocupado por demostrar, no sólo que Jesús es Dios, sino que es humano, luchando así, apologéticamente, contra las herejías fuertes que amenazan su comunidad. Por eso es importante que Jesús sea llamado por su nombre humano, por lo que lo define aquí en la tierra. En la segunda parte de su obra (desde el capítulo 13), la palabra sigue siendo la más frecuente para referirse al protagonista, apareciendo 93 veces. Cristo aparece sólo una vez y Mesías no figura.
- Hora: el tema de la Hora es importantísimo en Juan. Todo el libro está recorrido y signado por la Hora que ha de llegar o la Hora que ha llegado. En sí mismo, el concepto es una pieza fundamental de la teología joánica. Este pasaje entre la Hora que está por llegar y su llegada puede visualizarse con la lectura de Jn 2, 4 (cuando en las bodas de Caná la madre de Jesús recibe la noticia de que no ha llegado aún) y la contraparte en Jn 12, 23.27 (cuando Jesús, en una oración similar al Getsemaní de los sinópticos, asegura que ya ha llegado la Hora y que asume la Voluntad divina de que así sea). En el medio de este arco que une el principio y el final de la vida pública de Jesús, es imposible adelantar la Hora, o sea, es imposible apresarlo para darle muerte (cf. Jn 7, 30; Jn 8, 20).
- Mundo: la palabra aparece 33 veces en la primera parte del Evangelio y 45 veces en la segunda. En los capítulos 16 y 17, durante el discurso de despedida de Jesús, cobra vital importancia. Aparece 8 veces en el capítulo 16 y 18 veces en el 17. En el mundo hay hostilidad, se mata al Maestro y se persigue a los discípulos, pero en el mundo se realiza la misión, y el mundo es salvado por Jesús. Esa tensión propia de la Iglesia es explicitada en el discurso de despedida porque es el discurso para los discípulos, el discurso para la comunidad eclesial.
- Padre: la palabra Padre aparece 73 veces hasta el capítulo 12 y 57 veces del capítulo 13 en adelante. Siempre, en sus apariciones, está en relación al Hijo. Jesús es el hombre en relación filial con Dios, el que conoce la intimidad de la divinidad, el que sale del seno de Dios para darlo a conocer, para revelarlo. Jesús es el gran revelador porque tiene una relación, eterna y pre-existente, que le hace el gran conocedor. Nada de lo que hace Jesús cae fuera de la órbita del Padre y de su Voluntad. Curiosamente, durante el capítulo 19 del libro, donde se narran los hechos centrales de la Pasión y la crucifixión, la palabra desaparece, para volver a hacerse presente en el capítulo 20, en boca del Resucitado. De esta manera, Jesús es también el gran Hijo fiel, que ante la aparente ausencia del Padre en la tribulación, permanece firme en el propósito de cumplir su Voluntad.
- Amor: sobre el amor abundan los Evangelios. En cuanto a Juan, nos limitaremos a citar cuatro versículos que pueden representar, de cierta manera, su teología del amor: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16); “El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano” (Jn 3, 35); “Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9); “Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12).

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