jueves, 28 de marzo de 2013

No ver para creer / Domingo de Pascua – Ciclo C – Jn. 20, 1-9


El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Pistas de exégesis (qué dice el texto)
La escena de la tumba vacía del Evangelio según Juan tiene tres personajes bien presentes y uno ausente. Justamente, el gran ausente es Jesús. Tenemos, por lo tanto, tres personas frente a un misterio, frente a un suceso que deben interpretar. En la interpretación de las cosas juega un papel importante la psicología, las experiencias pasadas, la fe. Todo lo que somos y nuestros contextos determinan que leamos la realidad de tal o cual manera. La Magdalena ve la piedra quitada del sepulcro. Esa es su visión. En el texto griego del Evangelio, se puede entender que la piedra ha desaparecido, que ha sido llevada, a diferencia de los Sinópticos, donde la idea es que la piedra ha sido corrida. Ante este hecho demostrable y la imposibilidad de explicarlo con rápida lógica, María interpreta que se han llevado el cuerpo de Jesús. Su elucidación sería que si la piedra ha sido llevada, es porque ese trabajo se realizó entre varios, y si varios fueron al sepulcro por la noche, es porque constituían un grupo capaz de circular libremente y porque tenían un propósito. Ese propósito podría ser robarse el cuerpo de Jesús.
Mateo, en su relato, ha hecho eco de esta interpretación cuando asegura que los sumos sacerdotes y los ancianos dieron dinero a los soldados que custodiaban el sepulcro para que no contaran nada de lo ocurrido y circularan el rumor de que los mismos discípulos habían robado el cuerpo (cf. Mt 28, 11-15). Seguramente, las comunidades mateanas y joánicas tuvieron que lidiar con este rumor, y eso se ve reflejado aquí.


Tenemos ahora la famosa carrera de competencia. Pedro y el Discípulo van a la par al principio, pero el segundo corre más rápido y llega antes al sepulcro. O sea, el Discípulo Amado le gana la carrera a Pedro, la comunidad a la autoridad. Siempre hay una ventaja de su parte, y así lo hace notar el Evangelio según Juan. El Discípulo Amado se sienta al lado de Jesús y se recuesta en su pecho (cf. Jn 13, 23-26), es conocido del Sumo Sacerdote y puede entrar durante el juicio para estar cerca de Jesús (cf. Jn 18, 15-16), gana la carrera que leemos hoy, reconoce a Jesús resucitado antes que los demás (cf. Jn 21, 7), y es de quien Jesús dice a Pedro: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme” (Jn 21, 22).

La ventaja del Discípulo Amado sobre Pedro se hace presente en las interpretaciones del sepulcro vacío. María Magdalena les había transmitido la sospecha de un robo, pero ella sólo había constatado la desaparición de la piedra. Pedro, al ingresar a la tumba, ve los lienzos y el sudario en la posición que deberían tener conteniendo el cadáver de Jesús, pero sin Jesús. Los lienzos y el sudario están armados y vacíos, como aplastados. Esa es la correcta interpretación de las frases en griego que describen el hallazgo de Pedro. Lamentablemente, la mayoría de las traducciones no dejan en claro este punto, y pareciese que el apóstol halló lienzos tirados en el suelo y el sudario doblado y acomodado en otra parte, como si alguien se lo hubiese quitado y plegado para guardarlo. De todas maneras, lo que queremos recalcar es que Pedro interpreta los hechos limitadamente, pues sólo ve la situación. El salto de calidad sucede con la interpretación del Discípulo Amado, que entra después de Pedro, ve y cree. Hasta ese momento, nadie había creído. Se miraba, se buscaban explicaciones, se planteaban hipótesis. El Discípulo cree, pues la Escritura se le acaba de abrir rotundamente, y ahora entiende que el misterio detrás de los misterios es la resurrección.

Pistas hermenéuticas (qué nos dice el texto)
Creer sin epifanías rimbombantes, sin ángeles ostentosos, sin apariciones, es un verdadero salto de calidad en la fe. Para reproducir fielmente la fe del Hijo, hay que creer a pesar de todo, como hizo Él cuando las cosas empezaron a andar mal, cuando sufrió persecución, cuando el Reino que predicaba parecía cada vez más lejano, cuando lo apresaron y lo traicionó uno de los íntimos, cuando lo juzgaron injustamente, cuando lo crucificaron. Fe en la experiencia filial es fe absoluta. Tras la experiencia del amor de Dios, recibir una manifestación extraordinaria y visible no hace la diferencia. La fe no se confirma en un milagro, sino en la misma fe sostenida y profundizada.

Paradójicamente, en un Evangelio donde se hace hincapié en la bienaventuranza de los que creen sin haber visto (cf. Jn 20, 29), los verbos de visión en el capítulo 20 aparecen 13 veces: en 7 oportunidades ver, 3 veces para apercibir y 3 más para mirar. La clave de la fe es ver, pero no lo extraordinario que se sale de las casillas, sino lo ordinario que manifiesta a Dios. Ver el rostro de Jesús en el pobre, ver la fuerza del Espíritu Santo en los emprendimientos de promoción humana, ver al prójimo en el vecino, el compañero de trabajo o de estudios. La resurrección cambia la mirada sobre los acontecimientos. La resurrección abre la mente y los ojos. Antes de la Pascua somos ciegos, y en la rutina creemos que Dios también es rutinario, o en los problemas creemos que Dios se ha ausentado, o en las enfermedades suponemos que Dios nos prueba, o en las muertes tempranas suponemos que Dios castiga. Antes de la Pascua somos ciegos porque queremos verlo todo. Tras la experiencia pascual reconocemos que hay testimonios gigantes de Dios, y que Él está siempre allí, al lado, abrazando, resucitando. Por la Pascua sabemos que Dios no es rutinario (porque interrumpió la historia de la muerte con la vida nueva), que no se ausenta (porque en la cruz no se tomó vacaciones, sino que sufrió el sufrimiento de su Hijo), que no prueba a nadie (porque la resurrección no es un premio para el que superó la carrera de obstáculos, sino la continuación de la vida querida por Él), y que no castiga (porque a Jesús lo crucifican por su manera de vivir, no por las exigencias sanguinarias de su Padre ni por el enojo insaciable de venganza respecto a los pecadores).

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