martes, 9 de abril de 2013

Dos cambios para la Iglesia: universalidad y eucaristía / Tercer Domingo de Pascua – Ciclo C – Jn. 21, 1-14 / 14.04.2013


Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: “Voy a pescar”. Le contestan ellos: “También nosotros vamos contigo”. Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Les dice Jesús: “Muchachos, ¿no tienen nada que comer?”. Le contestaron: “No”. Él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”. La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: “Es el Señor”. Cuando Simón Pedro oyó “es el Señor”, se puso el vestido – pues estaba desnudo – y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Les dice Jesús: “Traigan algunos de los peces que acaban de pescar”. Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Vengan y coman”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Hay dos cambios necesarios en esta Iglesia que se propone a sí misma cambiar. Un cambio es la universalidad: entender que el Catolicismo Romano no es el centro salvífico, y más allá aún, entender que nuestras organizaciones eclesiales son sólo una forma, pero que existen diversas formas de practicar el Reino de Dios, posiblemente muchas más válidas que las nuestras. El otro cambio se debe dar en la eucaristía: no podemos seguir celebrando los domingos como lo venimos haciendo, con una consagración reducida a un varón ordenado y no a la comunidad, con gente que se queda fuera de la mesa por considerárselos impuros, con un rito medieval y uniformado.

Pistas de exégesis (qué dice el texto)
Los relatos de resurrección joánicos abarcan los capítulos 20 y 21 del Evangelio. Dentro de estos relatos, cuatro corresponden a visiones del Resucitado. La primera escena es la del descubrimiento que hace María Magdalena del sepulcro vacío y la comunicación a Pedro y al otro discípulo (cf. Jn 20, 1-2); la segunda es el descubrimiento que hacen Simón Pedro y el discípulo amado de la tumba vacía (cf. Jn 20, 3-10); la tercera escena de resurrección y primera visión es el encuentro en el jardín de la Magdalena y Jesús (cf. Jn 20, 11-18); la cuarta escena y segunda visión es la que tienen los discípulos sin Tomás (cf. Jn 20, 19-25); la tercera visión ya cuenta con la presencia de Tomás (cf. Jn 20, 26-29); y, finalmente, el largo episodio del capítulo 21, que leemos hoy, es la cuarta visión del Resucitado. De una u otra manera, más allá de la cristología de las cuatro visiones, tenemos profundas miradas eclesiológicas en estos textos. Se nos dice una palabra sobre el Cristo, pero también una palabra sobre la Iglesia. Se nos habla de la vida nueva del Hombre Nuevo, pero también de la vida nueva de la Comunidad Nueva. Íntimamente ligadas, la resurrección de un hombre es la re-fundación del Pueblo de Dios.

En esta línea interpretativa, la figura de la Magdalena es figura eclesial. Llorosa y acongojada porque ha perdido a su Señor, recibe el anuncio pascual, aunque no logra comprenderlo del todo (cf. Jn 20, 11-15). Será cuando Jesús la llame por su nombre que reaccionará y se volverá evangelizadora, transmisora de la Buena Noticia (cf. Jn 20, 16-18). Su mensaje es simple: “He visto al Señor”. Luego, la comunidad eclesial reunida vive el Pentecostés joánico, recibe el Espíritu Santo y se vuelve evangelizadora, enviada como el Hijo es enviado del Padre y con el poder de perdonar los pecados (cf. Jn 20, 19-23). A Tomás, el ausente, se le comunica la Buena Noticia simplemente, como lo hizo la Magdalena: “Hemos visto al Señor”. Ocho días después (cf. Jn 20, 26), siguiendo el rito dominical, ritmo de reunión eclesial, se les vuelve a aparecer Jesús. Tomás no había creído porque estaba separado de la comunidad, y por eso no pudo experimentar al Resucitado. Ahora, entre los hermanos y en el día de celebración, puede hacer la experiencia íntima de la Pascua, y puede confesar el sublime credo de un Jesús que es Señor y Dios (cf. Jn 20, 28). La comunidad se siente impelida a creer lo imposible y vivir el sueño sacramental de un Dios que está presente siempre, cercano y accesible.

El capítulo 21 del Evangelio según Juan, si bien responde a una pluma distinta de la que redactó el resto de la obra, según los análisis de los exegetas, no pierde el hilo conductor del capítulo 20. La intención parece estar en dar respuesta a una crisis que ocurre en el momento de redacción de este apéndice. No podemos saber con precisión qué tipo de crisis ocurría en la comunidad autora, pero los énfasis puestos en la universalidad de la misión, el hecho eucarístico y la vocación de Pedro (también la del Discípulo Amado), orientan a una situación de institucionalización, una transición entre la organización eclesial más carismática (estereotipando) y la jerárquica (estereotipando nuevamente):
a) Universalidad: El capítulo 21 empieza a orillas del Mar de Tiberíades, que es el mismo Mar de Galilea. Esta última denominación es la judía; el nombre Tiberíades era la designación pagana del lago. El contexto, por lo tanto, parece referir a los gentiles. Los discípulos presentes en este caso son siete, enumerados en el versículo 2. El siete es el número de los pueblos de la tierra, así como su múltiplo, setenta, pues setenta son las naciones que re-pueblan el mundo tras el diluvio (cf. Gn 10). Los siete discípulos pescadores que encontramos hoy son, por lo tanto, los pescadores de la humanidad, destinados a todo el mundo. Cuando hacen caso de la voluntad del Resucitado, arrojan las redes y pescan abundantemente. En este caso, 153 peces. Según algunos comentaristas, 153 es el número de especies marítimas conocidas en el mundo antiguo. Esta pesca escatológica y misionera es universal, está destinada a todos.
b) Eucaristía: La similitud con que comienza esta escena comparada con el inicio del capítulo 6 del Evangelio según Juan ya es un indicio: “Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades” (Jn 6, 1). Aquella vez, nos recuerda el autor que estaba cerca la Pascua judía (cf. Jn 6, 4); aquí, la Pascua de Jesús es el trasfondo. Lo interesante es que esta aparición es definida como manifestación. El Resucitado se manifiesta, se hace visible, se hace presente, se auto-revela. Paralelamente, la multiplicación de los panes del capítulo 6 es una manifestación de Jesús, un signo de su presencia real, que la gente al verlo identifica como el signo del profeta que había de venir (cf. Jn 6, 14). Los panes y los peces, su ausencia o presencia disminuida, y su multiplicación, son los parámetros de la situación cambiante en ambos casos. Jesús es el sujeto dador. Toma los panes, toma los peces, y los da. El gesto eucarístico es un gesto de gracia que, saliendo libremente de Dios, alimenta al que no teniendo nada, confió en Él. Primero, es el Jesús pre-pascual quien preside una comida a campo abierto, en libertad, sin restricciones. Luego, es el Resucitado quien preside un banquete entre los discípulos.

Pistas hermenéuticas (qué nos dice el texto)
La reflexión joánica nos obliga a hacer la hermenéutica de una Palabra de Dios que nos sigue resucitando en medio de nuestras crisis. Una Palabra que nos interpela sobre nuestra universalidad. ¿Cuántos peces pueden caber en nuestras redes? También la Palabra es recuerdo eucarístico. ¿Cómo celebramos hoy un banquete del Resucitado entre tantos muertos injustamente? Finalmente, la Palabra pone los límites al ministerio. ¿Estamos dispuestos al martirio?

Nunca podemos dejar de cuestionarnos. El Resucitado, en parte, está presente para que no dejemos de hacerlo. Desde la experiencia pascual es posible rever la vida, sopesar las actitudes, definir la conducta, hacer hincapié en esto o aquello. Es posible rever todo, repensar todo, cambiar y convertirlo todo. El Resucitado, cuando lo tomamos en serio, no puede dejarnos quietos, estáticos. Eso sí, siempre nos mantiene en movimiento universal, bien abiertos, con mente bien amplia, siempre dispuestos a recibir, siempre dispuestos a salir a pescar, siempre atentos al sitio que señala el Señor como prioridad. Igualmente, siempre es eucarística el Resucitado, con una mesa donde pueden comer los hambrientos, donde Él se da y nos invita a darnos, en un banquete de gracia, sin exigir pago de tarjetas ni participaciones. El Resucitado nos invita a vivir como Él vive: de la vida de Dios. La Pascua ha sacudido de tal manera los cimientos de la historia, que la indiferencia a Jesús no es una opción.

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