martes, 16 de julio de 2013

Igualitarismo radical / Decimosexto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc 10, 38-42 / 21.07.13

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres.Al fin, se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude”. Le respondió el Señor: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada”.

Pistas de exégesis (qué dice el texto)
Nuevamente, la liturgia nos ofrece un episodio propio y original del Evangelio según Lucas. Ni Marcos ni Mateo parecen conocer a las hermanas Marta y María. Juan, por otro lado, sí las menciona y, ciertamente, les otorga un lugar privilegiado en los capítulos 11 y 12 de su obra, con el añadido del personaje del hermano llamado Lázaro. Lucas no conoce a Lázaro o no le da importancia porque no influye en el sentido de su relato. De todas maneras, tanto para la tradición joánica como para la lucana, Marta y María representan perfiles parecidos y definidos. La primera es la que sirve, la anfitriona, la que ejerce la diakonía (cf. Lc 10, 38 y Jn 12, 2); la segunda tiene una relación de ternura amorosa con Jesús (cf. Lc 10, 29 y Jn 12, 3). Marta siempre tiene la voz y la entereza para recriminar directamente al Maestro, ya sea la aparente pereza de María (en Lucas) o la demora del Señor que no pudo evitar la muere de Lázaro (en Jn 11, 21). Es en esa voz que podemos leer su declaración de fe equivalente a la declaración petrina: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo” (Jn 11, 27). María, en cambio, habla una sola vez, en Jn 11, 32, y el resto del tiempo permanece callada, acentuando sus actitudes y disposiciones desde los gestos (sentada escuchando en Lc 10, 39 y derramando perfume en los pies de Jesús en Jn 12, 3).

La presencia de Jesús en la casa de dos mujeres (recordemos que para Lucas no parece existir Lázaro) es transgresora y continúa la línea que el autor remarcó en el inicio del capítulo 8 cuando enumeraba entre los seguidores del Maestro al grupo de mujeres que incluía, por ejemplo, a María Magdalena. Marta, en arameo, significa señora. Ella es la dueña del lugar donde se hospeda Jesús mientras va de camino a Jerusalén. Ella lo recibe, le abre las puertas de su hogar, le da descanso. A un peregrino rechazado por los samaritanos (cf. Lc 9, 52-53), no tiene problemas en acoger. Marta es mujer independiente en una sociedad machista. Vive con su hermana y da alojamiento a un varón sin el mejor prontuario que se pueda imaginar. Ella decide sin que tiemble su pulso. Por eso puede recriminar, directamente al Maestro, lo que considera una desatención de su hermana. No importa en este momento del análisis si su recriminación es acertada o no; importa que tiene la suficiente libertad para plantearle al varón invitado lo que ella ve y siente.
En medio de esta trasgresión, la situación se profundiza cuando recaemos en la presencia de María sentada a los pies del Señor. Esta expresión es la misma que describirá, en Hch 22, 3, el discipulado de Pablo “a los pies de Gamaliel”, el rabí que lo habría educado en el farisaísmo. Estar a los pies es tener posición de discípulo, en atenta escucha, y es signo de discipulado. Para los rabinos judíos, era ley vigente que la mujer no podía aprender la Torá, pues no estaba naturalmente capacitada para ello. La mujer nunca podría ser discípula en el judaísmo. Sin embargo, para Jesús la cuestión es mucho más fácil. Aquella mujer dispuesta a escuchar la Palabra se convierte inmediatamente en discípula. María está a sus pies porque es su discípula, porque lo oye con la atención del corazón, porque lo sigue. La trasgresión de Jesús no es sólo entrar a casa de mujeres que, según la inferencia del texto, son solteras; la trasgresión consiste en que Jesús entra a la casa para enseñar, creyendo que las mujeres son capaces de oír la Palabra, comprenderla y asimilarla.
Pero profundizando más, resulta que el episodio supera la mera anécdota. Lucas conoce la situación que las primeras comunidades atravesaron en la gran discusión sobre la atención de las mesas, que Hechos de los Apóstoles recoge (cf. Hch 6, 1-6). Los cristianos helenistas se quejan contra los cristianos de origen hebreo porque las viudas son desatendidas al estar ocupados en la predicación de la Palabra. Se resuelve, entonces, designar siete cristianos helenistas para la tarea específica de atención de las viudas, mientras los otros continúan con la predicación. Este problema que Lucas resume en seis versículos es mucho mayor que esas líneas. Lo que se discutía no era una mera cuestión administrativa, sino el sentido profundo del Evangelio. ¿La Buena Noticia sólo debe ser anunciada, aunque eso signifique desatender al desvalido? ¿O es en la atención del desvalido donde se vive el Evangelio? ¿Está bien que algunos cristianos sólo tengan un ministerio? ¿No deberían todos ocuparse de la Palabra y de la acción concreta a favor de los pobres? De alguna manera, Marta y María reflejan esa discusión. Marta está ocupada por la acción concreta de ese momento, María está sentada escuchando. Marta reclama al Señor que María no se encargue de la atención del huésped por ocuparse de la Palabra. Sin dudas, el conflicto, en la comunidad lucana, resonó con fuerza. Es probable que el conflicto haya degenerado en una ideologización de opuestos; mientras algunos se inclinaron a defender férreamente una mirada espiritualista del cristianismo, otros se volcaron hacia el otro extremo, defendiendo con uñas y dientes una mirada materialista de la religión. El Jesús de Lucas se ve impelido a dictaminar una solución para la Iglesia post-pascual. ¿Quién tiene la razón? ¿Vale el planteo que representa Marta? ¿Vale la actitud de María?
La respuesta de Jesús merece ser traducida lo más literalmente posible para comprenderla. Según el original griego, Jesús dice a Marta: “Marta, Marta, estás ansiosa y te perturbas por muchas cosas, pero pocas cosas son necesarias, o una sola. María seleccionó la parte buena, que no le será quitada completamente”. Como vemos, el Maestro no cree que la elección de María sea mejor que la de Marta, sino que ella eligió la parte buena. Por lo tanto, lo que hace Marta no es malo; lo malo es la actitud que ella tiene para con su hermana. Lo que Marta le critica no tiene por qué ser criticado, ya que María ha hecho una elección correcta. Ha elegido la Palabra, ser discípula que escucha, ser mujer a los pies del Maestro. Eso no le será quitado completamente porque la Palabra permanece, es eterna, transforma y actúa constantemente. Oír la Palabra es fundamental, es la buena parte elegida, pero si esa Palabra no se hace acción, no se hace acogida (como acoge Marta), es casa construida sobre la arena, con cimientos débiles, fácil de derrumbar. La actitud de María es incompleta si no se efectiviza en la acción, y la actitud de Marta también es incompleta si vive pendiente de su hermana, criticando su aparente pasividad.

Pistas hermenéuticas (qué nos dice hoy)
La escena está escrita con determinada geometría. Jesús detiene su camino, su línea que lo dirige hacia Jerusalén, para entrar a un pueblo, y dentro del pueblo, a una casa. La casa, en la tradición evangélica, es sinónimo de comunidad cristiana, sinónimo de Iglesia. Jesús, por lo tanto, está dentro de la Iglesia, y las dos hermanas son la Iglesia en cuestión. María está sentada a los pies del Maestro, y Marta se pone de pie para recriminar la actitud de su hermana. De esta manera, con Jesús en el medio, la posición de Marta es superior, elevada sobre María, como quien tiene la voz y la palabra para denunciar. María está abajo, es inferior en la escena, sentada, como quien recibe. Paradójicamente, aunque es explícito que Marta es la anfitriona, resulta que María es la verdadera receptora, porque recibe la Palabra del Señor.
Esta geometría de la escena, con algunos sobre otros, con acusadores y acusados, es contraria al espíritu de la comunidad eclesial. El Reino de Dios es la propuesta de la igualdad, de discípulos en situación horizontal, no vertical. Marta rompe con ese igualitarismo radical del Reino poniéndose de pie para denunciar, y peor aún, para hacerlo argumentando con sus obras.
La Iglesia de hoy no ha superado completamente el problema de la atención de las mesas. Quedan Martas acusadoras e ideologizaciones que destruyen el Evangelio. Queda el viejo recelo de custodiar los caprichos a pesar de la Buena Noticia. Los ultra-conservadores se desviven por la sana doctrina, los ultra-progresistas aprovechan cualquier oportunidad para lanzar dardos contra la institución. En la pelea, el Evangelio queda olvidado, y la Palabra no se hace oír ni se hace acción. Una Iglesia de opuestos (de Martas y Marías enfrentadas) se destruye, es casa sobre la arena. Una Iglesia de complementarios, en cambio, se plenifica y se proyecta. Si Marta dejase de acusar a María, si los ultra-conservadores no se esforzaran tanto por utilizar las argucias del Derecho Canónico, si los ultra-progresistas no esperasen la ocasión de manifestarse violentamente sin diálogo, quizás se podría hacer Iglesia-comunidad, hospedando y sentándose a los pies de Jesús, escuchando y haciendo, oyendo la Palabra y poniéndola en práctica. No podemos perpetuar la Iglesia de Jesucristo con personas que se ponen de pie para sentirse por encima de las otras. No podemos criticar los carismas desde el complejo de superioridad de nuestras actividades pastorales. No podemos demorarnos en peleas banales mientras, en medio, los varones y mujeres pasan hambre, son desempleados, discriminados y olvidados. No podemos olvidarnos de las personas por estar pendientes de lo que hace o deja de hacer el otro. Marta y María son una invitación a convivir en comunión, a que hagamos Iglesia aceptando.


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