martes, 6 de agosto de 2013

Bienaventurado el que no desespera esperando / Décimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc 12, 32-48 / 11.08.13

“No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”.Pedro preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”. El Señor le dijo: “¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: Mi señor tardará en llegar, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”.

El texto de hoy es relativamente largo para la liturgia y difícil de estructurar internamente. A primera lectura da la impresión de constituir un rejunte de ideas y frases de Jesús con un cúmulo de imágenes simbólicas y metafóricas. Lamentablemente, a primera lectura se conforma como un texto ininteligible y de difícil acceso desde nuestra cultura. Las imágenes y metáforas necesitan ser explicadas y situadas en su contexto socio-histórico, la referencia al castigo por parte del amo debe ser tamizada y adecuada, la concatenación de la argumentación necesita una línea interpretativa que la relacione. En definitiva, es un texto difícil hoy que no lo era hace dos mil años. Es una perícopa enredada para nosotros y simple para la comunidad lucana. Se pueden encontrar paralelos en Mateo, precisamente en Mt 6, 20-21, referencia a la acumulación de tesoros que no pueden ser robados, y en Mt 24, 43-51, sobre la parábola del mal servidor que se aprovecha de la ausencia de su amo y es sorprendido por el regreso del mismo. Como vemos, aquello que en Mateo está rotundamente separado, por casi un libro de distancia, por dieciocho capítulos, en Lucas constituye una seguidilla.

En el texto se suceden imágenes metafóricas que desarrollan el contenido de la enseñanza, con una cadencia que pareciera desordenada o arbitraria, pero que guarda sucesión:
a) Polillas y ladrones: las primeras imágenes tienen que ver con el tema que ocupa casi todo el capítulo 12, sobre las riquezas en la visión humana y en la visión divina. La orden es terminante: vender los bienes y darlos como limosna. En la lógica del Reino no son necesarios, más bien estorban. En contrapartida, deben construirse bolsas que no se vuelvan viejas, según el original griego palaioo me, o sea, que no se desgasten y se rompan con el paso del tiempo, como muchas veces sucede con las riquezas materiales que, al cambiar la moda, se vuelven insuficientes para la satisfacción del cliente, obligando a entrar en una moda de cambio y recambio que es círculo vicioso. Estas bolsas particulares tienen la ventaja de acumular un tesoro que ni las polillas ni los ladrones pueden maltratar. Son bolsas que resisten la embestida del mundo y por eso pueden estar junto al corazón, o mejor dicho, el corazón puede estar en ellas.
b) Cinturón y lámparas: la expresión sobre estar ceñidos se refiere a tener ajustado el cinturón que, comúnmente, en un lugar donde es habitual el uso de la túnica larga, se vuelve cotidiano. Quien tiene ajustado el cinturón, evita enredar sus pies con la túnica y es capaz de realizar movimientos sin obstáculos. Los ceñidos están dispuestos a trabajar, a diferencia de los no ceñidos, que parecieran estar holgazaneando, confiados en que nada nuevo sucederá. De la misma manera, la idea de las lámparas encendidas tiene que ver con la atención puesta en una tarea. Encienden sus lámparas para esperar los que saben que, aún siendo de noche, aún en la oscuridad, hay alguien que viene. Como los hombres que esperan el regreso de su amo, para abrirle inmediatamente, sin perder tiempo. Sólo los ceñidos y de lámparas encendidas pueden abrir rápido la puerta. En términos cristianos, sólo los que se desprenden de los bienes materiales pueden estar plenamente disponibles para recibir a su Señor.
c) Cuidado con los ladrones: el material con el que se construían las casas de Palestina no era, en absoluto, concreto, y podía ser fácilmente horadado. De tal manera, un ladrón no muy entrenado, no necesitaba demasiado tiempo para perforar la pared de la habitación que quería robar. Obviamente, como recalca Jesús, si el dueño de la casa supiese a qué hora le agujerearán la pared, estará allí para sorprender in fraganti al malhechor. Como, normalmente, el dueño de casa no lo sabe, debe tomar precauciones. El discípulo tampoco sabe a qué hora ni qué día volverá el Hijo del Hombre, y por eso se ve en la obligación de estar siempre atento, siempre en alerta. La imagen, para nada intenta comparar al Hijo del Hombre con un ladrón, sino que busca explicar plásticamente el sentido de la espera frente a lo desconocido. Para esperar lo que no sabemos con precisión, es necesario tener ceñido el cinto y las lámparas encendidas.
d) Los riesgos de aprovechar la demora: cuando Pedro le pregunta a Jesús si esas palabras que pronuncia son advertencias generales (para todos) o advertencias discipulares (sólo para ellos), el Maestro esquiva la pregunta y cambia el planteo. No le responderá directamente a Pedro, no le dirá que habla para todos ni para unos pocos. En cambio, le contará la historia del servidor que, creyendo que el amo demoraría, se aprovechó de la situación para golpear y emborracharse. Como era de esperarse, el amo volvió en el momento más inoportuno de su juerga, demostrándole que no tenía sentido aprovecharse de la demora. Hasta aquí, el mensaje para Pedro es que, en lugar de preocuparse por dividir entre los de afuera y los de adentro, debe preocuparse por la venida del Hijo del Hombre, y más aún, preocuparse por la situación que le toca ocupar, situación discipular, ya que aquel que tiene más conocimiento (discípulo), está obligado a rendir mayor cuenta, a diferencia del ignorante que actúa por la misma ignorancia. Si el cristiano sabe que el Hijo del Hombre volverá, deberá ser tan precavido como el dueño de la casa que sabe que vendrá el ladrón.
e) Los bienaventurados: más allá de las bienaventuranzas que Lucas agrupó en Lc 6, 20-23, tenemos dispersas en medio del libro algunas más, como las relacionadas a María (cf. Lc 1, 45.48), a los que no se escandalizan de Jesús (cf. Lc 7, 23), a los dichosos que ven las obras jesuánicas (cf. Lc 10, 23), a los que oyen la Palabra y la ponen en práctica (cf. Lc 11, 28), a los que invitan al banquete a aquellas personas que no pueden retribuirle la invitación (cf. Lc 14, 14), y las que recopila la perícopa de hoy. Se llama bienaventurados a los siervos que son encontrados sirviendo por su señor, sobre todo si el amo llega en la hora menos pensada y, contra todo pronóstico, los encuentra ejerciendo la diakonía en la medianoche o en la madrugada. Serán ellos los que recibirán el gozo de ser servidos por su Señor, y en ese servicio reconocerán que no se han convertido en amos, sino que les está siendo dado aquello que dieron. Son bienaventurados porque han comprendido y aprehendido la dinámica del Reino: el servicio. Como María, como los que no se escandalizan de Jesús, como los que ven al Maestro y lo entienden, como los que oyen la Palabra y la ponen en práctica, y como los que realizan acciones en vistas a los marginados, son bienaventurados los que esperan confiados y atentos.


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