lunes, 2 de diciembre de 2013

¿Qué aprendió Jesús del Bautista? / Segundo Domingo de Adviento – Ciclo A – Mt 3, 1-12 / 08.12.13

Un fragmento de un libro terminado en mi computadora que espera publicación. Sobre el Reino de Dios, sobre esa obsesión de Jesús. Y, aparentemente, obsesión también de Juan el Bautista.

(Mt 3, 2) Juan el Bautista proclamaba: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”.

La figura de Juan el Bautista ha sido controvertida desde los inicios del cristianismo. Las primeras comunidades tuvieron que hacer teología y cristología definida para dejar en claro qué tipo de relación había entre él y Jesús. Esa relación determinaba quién era el más grande, quién era el más fuerte, quién era maestro de quién, quién era el Mesías. Como en la época del Jesús histórico, en la Iglesia también hubo seguidores/discípulos del Bautista y seguidores/discípulos de Jesús. Por momentos en hermandad, por momentos enemistados. Hoy, los historiadores coinciden en su grandísima mayoría, sobre un período en la vida de Jesús en que fue discípulo del Bautista, incluso permaneciendo un tiempo en el desierto junto a este. Con el paso del tiempo, Jesús habría penetrado más el misterio divino y comenzaría la separación de Juan para iniciar solo su camino, desde la perspectiva que había descubierto del Reino de Dios. Como veremos en breve, el distinto entendimiento que cada uno tuvo sobre el Reino fue lo que trazó caminos separados para cada cual.

Mateo, sin embargo, se arriesga a poner en boca del Bautista una oración que resume su prédica y que es igual a la que pronunciará Jesús más adelante: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3, 2; Mt 4, 17). Considerando el panorama cristológico que buscaba diferenciar claramente a Jesús de Juan, lo del autor es una osadía. Así sin más, pareciese que predican lo mismo. Inclusive, Mateo va más allá haciendo un paralelo en los inicios de las actividades ministeriales de ambos: la llegada de los dos está profetizada por Isaías (el Bautista es la voz que clama en el desierto de Is 40, 3, y Jesús en Mt 4, 14-16 es la luz que ilumina las tinieblas de las regiones de la muerte de Is 9, 1); las multitudes acuden a ellos desde lugares similares (Jerusalén, Judea, la región del Jordán) según Mt 3, 5 y Mt 4, 25; y al verlas (cf. Mt 3, 7 y Mt 5, 1), ambos hombres proclaman su mensaje.
Pero sabemos que el Reino de Dios que predica cada uno es diferente. En Juan el Bautista, la ira de Dios es lo inminente y primordial, y no se puede escapar de ella. Dios está de veras enojado, según se infiere de Mt 3, 7-12. Tiene un hacha (su instrumento escatológico), y con esa hacha va a limpiar la humanidad. Lo que no sirve se corta y es arrojado al fuego. La conversión a la que invita Juan parte del temor a la ira divina; hay que convertirse por el posible castigo que se avecina para los impíos. Esta acción de limpieza iracunda de Dios se realizará mediante un enviado, uno más fuerte o más poderoso que Juan. Es el agente mesiánico, la mano derecha de Dios. Si la herramienta escatológica divina es el hacha, la del agente mesiánico es la horquilla para recoger el trigo (y guardarlo) y quemar la paja (en un fuego eterno). El Reino de Dios está cerca, pero más que alegría, esa cercanía provoca temor. No resulta adecuado estallar de júbilo por ese Reino que viene tan agresivo y castigador.
El plan programático del Reino que predica Jesús parece, en cambio, apuntar en otra dirección. De lo primero que se habla es de los bienaventurados (cf. Mt 5, 3ss), de poner la otra mejilla (cf. Mt 5, 39), de amar a los enemigos y rogar por los perseguidores (cf. Mt 5, 44), de un Padre que hace llover sobre justos e injustos (cf. Mt 5, 45). Es un Reino difícil de congeniar con el hacha y la horquilla. No estamos afirmando que haya una total oposición entre un mensaje y el otro, pero sí que no son exactamente lo mismo. Jesús no reproduce la idea de Reino del Bautista. Es probable que Jesús haya puesto su fe inicial en el mensaje de Juan, pero luego supo progresar hacia una visión superior del mismo mensaje. Jesús entendió que el Reino, más que amenazar, debía consolar. El Reino, más que estar separado del mundo cotidiano, debía estar en medio de la cotidianeidad. El Reino no es algo que vendrá un día muy lejano, sino algo que está en proceso, que está presente aquí y ahora. Ese salto de calidad que lleva a Jesús a abandonar el movimiento del Bautista para iniciar su propio movimiento, no es una negación del pasado con Juan, sino un escalón más, una superación que implica lo anterior. Jesús ha tenido que plantearse el Reino seriamente, y modificar su vida en pos de ese planteo y esa reinterpretación.

El Bautista abrió un camino para Jesús, y Jesús lo transitó en libertad proyectándolo hasta límites inimaginables.

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