jueves, 2 de enero de 2014

El Reino de Dios comienza en el símbolo de Belén / Fiesta de la Epifanía – Ciclo A – Mt. 2, 1-12 / 06.01.14

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”.Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel”. Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”.Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. 

En el caso particular de hoy, fiesta de la epifanía, mal llamada fiesta de reyes, la infancia de Jesús se proyecta narrativamente. Vamos a dejar de lado las discusiones eternas sobre la veracidad histórica de los hechos, sobre la cantidad de magos, sobre el fenómeno astrológico de la estrella. Son todas cuestiones que, probablemente, no estaban en la mente de Mateo a la hora de redactar. Literariamente, el texto encuentra dificultades, como la idea de que toda Jerusalén está consternada, cuando los magos sólo fueron al palacio de Herodes, o los sumos sacerdotes y escribas en relación íntima con Herodes, siendo que la reciprocidad no era la mejor entre estas personas, o Herodes confiando en los magos para que vayan hasta Belén y vuelvan con la información. Estas supuestas dificultades, en realidad, son recursos del autor para dejar asentado el mensaje que quiere transmitir. ¿Por qué, sino, Herodes sería tan protagonista? A Jesús se lo sobreentiende en la escena, se lo menciona entre telones, pero resulta ser Herodes quien lleva la voz cantante, al palacio donde llegan los magos, el que reúne a los sumos sacerdotes y escribas, y el que los envía a Belén a los visitantes extranjeros. Irónicamente, es el rey falso el que conduce a las naciones (magos de Oriente) hacia el rey verdadero.

Esta perícopa trata una cuestión de reyes. Son Herodes y Jesús enfrentados, desde sus contextos disímiles y su mensaje opuesto. Herodes, el rey, que posee el poder para buscar y encontrar, finalmente no encuentra a Jesús, aunque sí lo hacen los magos. Herodes propone una falsa adoración, porque quiere saber dónde esta el niño para matarlo, no para rendirle honores; a la par, los magos llegan gracias a la estrella y adoran. Herodes odia al niño, pues es su contrincante, a diferencia de José, María y los magos que lo protegen/acogen. Herodes vive en Jerusalén, rodeado de la opulencia, de los palaciegos, imponiéndose con la violencia, asesinando al que piensa distinto, al que surge como amenaza, al que ilumina al pueblo (Juan Bautista). Jesús nace en Belén, un pobladito, una aldea, sin dinero, sin desfile de plebeyos, con un mensaje que es Buena Noticia de liberación, como luz para los pueblos. En estas oposiciones queda más claro el sentido midrásico del nacimiento en Belén. Hoy por hoy, la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que Jesús nació en Nazareth y pasó la gran parte de su vida allí. El nacimiento en Belén, entonces, es una construcción teológica para remarcar el origen davídico del Maestro, debido a la profecía que Mateo bien utiliza en la perícopa de hoy y que pertenece a Miq. 5, 1: “Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial”; con un modificado de 2Sam. 5, 2b: “Y el Señor te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”. De Belén sale el Mesías porque es rey como David. La tradición cristiana primitiva asoció rápidamente a Jesús con Belén porque, desde un principio, lo entendió como descendiente de la casa davídica.
La realeza del Mesías es un tema muy importante para el judaísmo, y tuvo que serlo para los primeros cristianos que surgieron del judaísmo. La gran cuestión teológica fue reinterpretar ese status de rey en un Jesús de Nazareth, artesano, profeta de los caminos, enemigo del Templo de Jerusalén, crucificado por los romanos. La biografía de Jesús no es, ciertamente, lo que uno esperaría de un rey. En esa línea reinterpretativa está la tradición del nacimiento en Belén. Son las credenciales para autorizar el mesianismo de Jesús, que a primera mirada, desconcierta. Un modelo de rey esperable sería Herodes: dramático, con poder terrenal, con una corte y palacios, violento, sentado en mesas abundantes. El modelo jesuánico, en cambio, es desconcertante. Prefiere la casa antes que el palacio, a una muchacha y un artesano antes que una corona, a los extranjeros antes que los nobles aduladores.

Los magos son capaces de reconocer a un rey así. Los ha ayudado una estrella, ciertamente, que es el signo de las realezas. Ya en la antigüedad de Israel, precisamente un mago, Balaán, había anunciado: “Surgirá estrella de Jacob, y de Israel se levantará un cetro” (Nm. 24, 17). Aquí van asociadas ambas ideas, la del rey y de la estrella. Para el Oriente no era extraña la leyenda de los astros que, alineándose, enviaban una señal distinguible cuando nacían los grandes hombres, sobre todo, cuando nacían los reyes. Eso se había dicho, por ejemplo, de Alejandro Magno, y los hebreos poseían una tradición similar sobre Abraham en el Midrash Sefer ha-Yashar, que contaba cómo un astro se levantaba del cielo anunciando el nacimiento del niño Abraham que tomaría posesión del mundo entero. Y en esto de magos y estrellas, son Plinio y Suetonio quienes cuentan que, aproximadamente en el año 66 d.C., algunos magos de Persia fueron a visitar a Nerón para honrarlo. Todos estos datos son suficientes para dejar asentado que la intención del autor es asegurar la realeza de Jesús, que se manifiesta y se reconoce, en un primer momento, con los mismos signos de realeza del mundo antiguo, como las estrellas y los magos, pero que en un segundo momento, analizando más detalladamente, se pueden encontrar las grandes diferencias entre la manera de reinar del mundo y la manera de reinar de Jesús.
Mateo tendrá todo el Evangelio para desarrollar la narración, para demostrar qué tipo de rey es Jesús. Por lo pronto, en la fiesta de la epifanía, fiesta de la revelación, nos queda la certeza de que el Reino de Dios comienza en el símbolo de Belén, con una madre reina que apenas si llegará a los quince años, con un padre artesano que subsiste gracias al trabajo de sus manos y con unos extranjeros que se han animado a seguir su estrella. En ese ambiente se encuentra el Rey de Reyes.

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