martes, 22 de abril de 2014

Conectar la vida con la muerte / Segundo Domingo de Pascua – Ciclo A – Jn. 20, 19-31 / 27.04.14

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

El miedo al martirio y los incrédulos por no conectar la vida con la muerte y la resurrección siguen estando. Seguimos temiendo al martirio cuando nos acomodamos en la comodidad cotidiana de lo que sucede. Cuando cerramos las puertas de la Iglesia. Cuando buscamos la venganza antes que la paz y el perdón. Tememos morir porque no estamos viviendo plenamente. A veces nos avergüenza nuestra propia vida comunitaria. No abrimos la boca sobre la Iglesia porque nos da tristeza presentar así la Iglesia. Seguimos siendo incrédulos cuando presentamos un Jesús resucitado en una gloria que no recuerda la cruz, o en una cruz que no recuerda la resurrección, o en una celebración pascual que borra por completo la vida vivida por el Reino. Creemos en un Jesús por partes que, a la hora de ver el todo, nos hace dudar. Y duda quien nos ve, quien nos escucha, quien se nos acerca. Presentamos una persona desmembrada por los vicios de nuestras teologías. Y terminamos sin presentar a la Persona, en su completitud, en su ser perfecto que es hombre, que es judío, que es Dios, que es Hijo del Hombre, que es narrador de parábolas, que es hijo de María, que es crucificado, que es invitado a los banquetes, que comparte su vida con los marginales, que incomoda.


El Resucitado nos sigue dando claves hermenéuticas para leer la vida, y para leer nuestras muertes. En la Pascua hay un sentimiento de libertad que, si no lo aceptamos, nos costará caro. La Pascua nos permite abordar la muerte (gran problema humano) desde la perspectiva de la esperanza. Y nos permite abordar la fe que tambalea (gran problema humano de sentirse solo en el universo) también desde la esperanza. Sin Pascua, la muerte duele más de lo que debería doler, y tiene el sentido limitante de lo que se acaba. ¿Cómo entregar la vida por el Reino (por sus valores) si la muerte es tan oscura, tan siniestra? Sin Pascua, la sensación de estar solo en el universo es pesadísima carga, y no se puede caminar más que unos pocos pasos hasta desfallecer. Sin Pascua, el mundo es gris, es un caos informe, es un estado pre-creacional. Con la Pascua y el soplo del Resucitado, el mundo es Creación, y si es Creación es algo bueno, algo de Dios. Nuestras vidas y nuestro mundo, la muerte y la soledad, tienen sentido si hay Pascua. De lo contrario, la vida no es vida.

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