miércoles, 16 de abril de 2014

Para contemplar al hombre Jesús de Nazareth / Viernes Santo – Ciclo A – Jn. 18, 1 — 19,42 / 18.04.11

El Evangelio según Juan insiste mucho en la soberanía de Jesús sobre los hechos que suceden. Jesús es el Rey, el verdadero, el que domina la situación. Es el Señor de la historia y la guía, la dirige. Nadie le quitará la vida, sino que la entregará voluntariamente (cf. Jn. 10, 18), porque tiene el poder para recobrarla. Es, por ello, Señor de la vida también. Sin embargo, este Jesús soberano absoluto de Juan es tremendamente humano en el libro. De alguna manera, el autor está desarrollando, narrativamente, el misterio de las dos naturalezas del Cristo. Es la teología de lo que luego será el dogma. El autor lo hace por la necesidad de dejar en claro que Dios verdaderamente se encarnó, que no fue una ilusión óptica, que asumió la carne. Sigue siendo Dios, pero no deja de ser humano; es humano, pero no deja de ser Dios. Cuando entramos a la pasión según Juan, la soberanía del Maestro sigue existiendo (cf. Jn. 13, 1; Jn. 18, 4; Jn. 19, 24), pero en tres momentos precisos, su humanidad se hace demasiado evidente, a propósito, como escenas que invitan a postrarse; porque lo maravillosamente divino de Jesús es su humanidad.


a) Aquí tienen al hombre (Jn. 19, 5): Pilato mandó azotar a Jesús como escarmiento y como salida elegante. Piensa presentarlo al pueblo sangrando para generar compasión y que se acabe el pedido de muerte. No es Pilato un hombre generoso, sino un juez que se lava las manos. No quiere decidir, teme hacerlo. Es un juez puesto para juzgar, esa es su misión, pero no la cumple. Lo trae afuera, lo presenta casi burlonamente. Está vestido con el manto púrpura de la realeza y la corona de espinas que simula ser una corona real. Está vestido de rey, aunque nos cueste distinguirlo. Así lo presenta Pilato: este es el hombre. Este es el hombre que le han traído, este es el hombre que caminó Palestina, este es el hombre que enseñó el Evangelio, este es el hombre que pasó haciendo el bien, este es el hombre que quieren crucificar. La frase de Pilato presenta la humanidad entera de Jesús. Es el hombre por excelencia, el humano perfecto. Pensar en Jesús como el Hombre, con mayúsculas, es parecido a pensar en el Hijo del Hombre de los Evangelio sinópticos. El ser humano es rey cuando es como Jesús, cuando escucha a Dios, cuando se abre a la gracia, cuando ama, cuando sirve, cuando da la vida por los demás, sobre todo los desgraciados, pobres y marginados. Aquí tienen al hombre es una invitación a vernos como en un espejo utópico, hacia donde debemos tender. En aquel burlado y azotado está nuestra plenitud de humanidad. Hacia Él deberíamos tender.
b) Aquí está su rey (Jn. 19, 14): Pilato no ha logrado aplacar los ánimos. La gente exige la muerte de Jesús. Traba una conversación con Él para hacerle saber que está en sus manos, que como procurador tiene el poder para darle vida o muerte. Jesús le hace entender que su poder es ficticio; en primer lugar, el poder es de Dios, y en segundo lugar, el manejo que está haciendo de la situación da muestras de sobra de que no tiene ningún poder terrenal. Pilato decide extender la burla. Saca a Jesús fuera, lo sienta en la Gabbata, el trono de piedra, y lo presenta como el rey de los judíos. Aquí lo tienen, éste es quien los dirige como pueblo. Obviamente, el pueblo lo rechaza. Esta expresión de Pilato completa como díptico la anterior sobre el hombre, que daba por implícito la realeza con el manto púrpura y la corona de espinas. El pueblo dice que tiene como rey al César y a nadie más. Este nazareno no puede ser rey de ellos, no en ese estado, rebajado, azotado, maltratado, prácticamente condenado a muerte. Se niegan a aceptarlo. El rey de los judíos debe ser distinto, triunfal, vencer sobre Roma, ejecutar la ira de Yahvé. Tiene que ser bien distinto a los seres humanos, bien poco humano. Jesús, al contrario, parece demasiado humano para ser rey. ¿Cómo ejecutará la ira de Dios desde su debilidad? ¿Cómo vengará a Israel de las naciones desde su compasión? No es rey de este mundo, evidentemente. No se somete a las leyes de la guerra, del odio ni de la ambición. Está sentado, por fanfarronería de la política y la religión, en un estrado de un sistema injusto, y desde allí, aunque en burla, representa la única figura capaz de juzgar correctamente. Es el mejor rey que podemos tener, pero no lo hemos aceptado.
c) Jesús nazareno, rey de los judíos (Jn. 19, 19): en las tres lenguas universales (latín, hebreo y griego) se anuncia quién está pendiendo del madero de la cruz. Es Jesús, un nombre más entre los tantos Jesús de Palestina. Es nazareno, una aldea diminuta de Galilea desde donde no puede salir nada bueno (cf. Jn. 1, 46). Es el rey de los judíos, un título mesiánico que, en realidad, no es título, porque el verdadero es rey de Israel. Para el mundo, un crucificado más de los tantos que la injusticia se lleva día a día. Es Jesús nazareno, el vecino de la aldea que un día se fue a recorrer los caminos. Es Jesús nazareno, el campesino artesano que entendió mejor que nadie a Dios. Es Jesús nazareno, el insignificante que le da sentido a todas las vidas. Su título no puede ser el de rey de los judíos porque no hizo particularismos, porque no creyó en etnias superiores a otras, porque no realzó a un grupo sobre otro. No puede ser rey particular porque es el rey de toda la humanidad. La segunda parte del letrero es incorrecta, pero la primera es correctísima. Al fin y al cabo, es Jesús de Nazareth. Es el hombre, el galileo que creció entre sembradíos y artesanías, que alguna vez peregrinó a Jerusalén, que comió pescado y pan sin levadura, que celebró la Pascua, los Tabernáculos y Pentecostés. Es Jesús de Nazareth, el que curó, alimentó, sirvió, enseñó y amó. Su epitafio, tranquilamente, puede ser nazareno porque Nazareth lo resume, revela su origen humilde, sencillo, entre los pobres. Nazareth lo hace humano. Y entre los humanos, fue la plenitud nuestra, fue quien concretó el proyecto de Dios históricamente, el que reveló a Yahvé. Terminó en una cruz, como muchos, pero sus amigos saben que, verdaderamente, no terminó allí, sino resucitado. Era el hombre perfecto y entró en la perfección eterna de la vida resucitada. La cruz da cuenta de esa humanidad tan profunda y trascendente que tenía, porque los que son como Él, los que se des-viven por el prójimo, suelen terminar en una cruz.

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