martes, 13 de mayo de 2014

De discípulos escépticos y económicos / Quinto Domingo de Pascua – Ciclo A – Jn. 14, 1-12 / 18.05.14

“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy”.Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre”.

Mientras el Maestro explica que se irá a la casa del Padre y volverá, recorriendo un camino metafísico, Tomás inquiere sobre el camino y sobre el destino de ese viaje trascendental. El personaje del apóstol aparece en otras ocasiones en el libro. Su primera intervención es heroica, en el contexto de la muerte de Lázaro. Jesús decide volver a Judea para realizar la revivificación de su amigo, pero varios de sus discípulos lo cuestionan recordándole que allí lo han querido matar y, por lo tanto, están aguardando la oportunidad para concretar el asesinato (cf. Jn. 11, 8). No logran disuadir a su Maestro y, con decisión, Tomás expresa: “Vayamos también nosotros a morir con él” (Jn. 11, 16). Sobre el final del libro, en los episodios de resurrección, Tomás es el incrédulo del capítulo 20 que no estuvo presente cuando el Resucitado se les apareció a los otros. Entre el heroísmo martirial y la incredulidad, Tomás pregunta por un camino que no llega a comprender, que no llega a vislumbrar. Quizás, sea su falta de comprensión sobre la dimensión de ese camino lo que lo hace pasar de mártir a temeroso, de la fe al escepticismo.

Junto a Tomás está Felipe. Tanto escuchar que Jesús habla del Padre, le propone que lo muestre abiertamente. Si lo muestra, eso es suficiente. El pedido de Felipe es incoherente. No sólo por la imposibilidad física, sino también porque la visión de Dios no asegura una conversión ni un corazón firme ni una vida ejemplar. Los seres humanos no dependen de ver a Dios, sino de experimentarlo. En el caso de Felipe, su experimentación más próxima y real era Jesús. Jesús suena casi desalentado: hace tanto que está con ellos y no lo reconocen, ni a Él ni a su Padre. Asumiendo que la clave de la misión jesuánica es dar a conocer al Padre (cf. Jn. 1, 18b), vale el sentimiento de desaliento. Felipe ya ha dado señales de desorientación respecto al misterio de Dios cuando, en la multiplicación de los panes, ante la pregunta directa de Jesús sobre cómo se procurarán tantos panes para alimentar a la multitud (cf. Jn. 6, 5), el apóstol responde económicamente, calculando que doscientos denarios no serían suficientes ni siquiera para que cada uno tome un poco (cf. Jn. 6, 7).
Jesús se autoproclama el Camino. No señala una vía ni apunta hacia otra luz. Él es. Su relación filial tan íntima, tan particular, tan profunda, lo convierte en el acceso directo al Padre. Nadie va al Padre sin pasar por el Hijo. Este es uno de los niveles de la adjudicación sacramental que obra Jesús. No existen vías alternativas a Él. En nuestra época de pluralismo pujante y planteos eclesiológicos sobre la verdad y su multiplicidad, el texto de hoy con las afirmaciones que contiene puede resultar anacrónico. Y sin embargo no lo es. Jesús da muestras de la esencia de Dios, de su amor, de su preocupación por los pobres, de su relación con la humanidad, de su actividad creadora, de su resurrección. Ese es el verdadero Dios que revela Jesús. Y eso no atenta contra la pluralidad religiosa. Al contrario: sirve como camino. ¿Qué tipo de camino es Jesús? Es un camino de verdad, de búsqueda de la misma, de revelación de las realidades. O sea que cualquier ser humano que lucha por desenmascarar las estructuras opresivas está en un camino de verdad. Y también el camino de Jesús es la vida, la plenificación de la misma, la dignidad y la calidad de vida. O sea que cualquier ser humano comprometido en la defensa de los derechos de los más excluidos está en un camino de vida. La sacramentalidad de Jesús es mucho más amplia de lo que parece. No destruye la diversidad, sino que la estimula en la línea del Padre de quien es Hijo Jesús.

La invitación final es a creer. Felipe tiene que creer, nosotros también. No creer como lo indican los viejos catecismos, ciegamente, sin preguntarse, sin razonar. Creer es aprender a mirar, con criterio, críticamente. Aprender a descubrir dónde se revela el camino de Jesús, dónde está la verdad, dónde está la vida. Eso es posible cuando el corazón no se turba, cuando no se alborota, cuando descansa en el Padre. Felipe quiere milagrería, apariciones; Jesús le ofrece su persona. Felipe quiere espíritus y Jesús le pone en frente su carne, su encarnación, su piel y sus huesos. Es en los seres humanos que se descubre a Dios; de alguna forma, el otro, sobre todo el hermano pobre, excluido y marginado, es sacramento de Dios.

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