martes, 25 de noviembre de 2014

El Reino escatológico / La obsesión de Jesús

(Mc 14, 25) Jesús dijo: “Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. [Mt 26, 29; Lc 22, 18]

El contexto de este dicho jesuánico lo da la última cena del Maestro con sus discípulos. Hay un ambiente de tinieblas alrededor, de muerte ya programada. Hay, a la vez, un halo de tristeza y de gozo. La última cena puede analizarse desde su perspectiva sacramental, desde el amigo que se despide de sus íntimos o como resumen del mensaje evangélico, pero en cualquiera de esas perspectivas, sobresale la solemnidad. Cada palabra que Jesús pronuncia en ese banquete, encierra un sentido místico.

Esta frase que referencia al Reino de Dios es de difícil interpretación. Algunos sostienen que es una declaración de ayuno, lo que implicaría que Jesús no come la última cena, sino que sólo está presente. Esta interpretación tiene en contra el sentido lógico de compartir la mesa, partir el mismo pan que se consume entre todos y beber de la misma copa. Para que el sentido sea pleno, Jesús debe comer y beber lo mismo que sus discípulos. Es cierto que el ayuno es una manera piadosa de clamar por misericordia para Israel, pero no es precisamente este tipo de piedad nacionalista lo que caracteriza el Reino de Dios que predica Jesús. Otros comentaristas creen que Jesús está haciendo hincapié en la realización inmediata que instauraría el Reino de Dios en la tierra, quizás esa misma noche, en esa celebración pascual. El tiempo definitivo se habría cumplido y Yahvé se haría presente con toda su majestuosidad para resolver la historia en su definitiva dirección y consumación. Esto es sostenible, sobre todo apelando a la idea de que Jesús ha subido a Jerusalén para dar una resolución a su movimiento galileo, quizás hasta intentando forzar a Dios para que su Reino se manifieste. Finalmente, también se interpreta la frase como un voto al estilo de los consagrados; Jesús se rehúsa a seguir tomando vino (signo de alegría) cuando alrededor hay tanto sufrimiento. En contra de esta interpretación está el recuerdo de todos los banquetes que Jesús celebró con vino, en medio de los sufrientes, excluidos y marginados, bebiendo con ellos, justamente para simbolizar la presencia alegre del Reino en el valle de lágrimas.
A pesar de la divergencia de hermenéuticas, no se puede negar la promesa de un vino nuevo. Llegará el momento en que el vino (la alegría, lo bueno de la vida, el gozo de la existencia) será renovado y se podría compartir en un tipo de banquete celestial. Es un vino escatológico, que se beberá en la dimensión escatológica del Reino de Dios. Es la famosa tensión de un Reino que ya está presente, pero que no tiene su forma y condiciones definitivas en la historia. Sin embargo, con certeza se puede decir que un día las tendrá, y ese día habrá vino nuevo, símbolo de una renovación que proporcionará todo lo bueno del Reino en su mayor expresión. El vino escatológico será distinto al sabor amargo que tiene esta bebida de la última cena. No será vino de despedida, sino de bienvenida eterna. Es difícil saber si Jesús pensaba tomar ese vino nuevo en el transcurso de la misma noche, o lo esperaba para los días subsiguientes. No lo sabemos. Pero tenía la certeza de su existencia, y creía firmemente que podía degustarse en algún momento.

(Mc 15, 43) José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. [Lc 23, 50-51]

La presencia de José de Arimatea sobre el final del relato de la pasión es una tradición cuádruple; los cuatro Evangelios hacen mención a ella. Pero dentro de esta unanimidad es posible distinguir aspectos diferentes. Para Marcos y para Lucas, se puede decir explícitamente que este hombre esperaba el Reino de Dios. Para Mateo (cf. Mt 27, 57-60) y Juan (cf. Jn 19, 38-40), se puede afirmar que era discípulo de Jesús. Si bien ambas afirmaciones, desde nuestra visión post-pascual resultan equivalentes, podrían no serlo en realidad. Se puede esperar el Reino de Dios según el judaísmo, con un Yahvé sentado sobre el gran trono universal y los paganos derrotados que peregrinan a Jerusalén para adorar al verdadero Dios. Se puede esperar un Reino de Dios que desciende militarmente desde los cielos y aniquila a los enemigos de Israel. Se puede esperar un Reino de Dios espiritual, que llega para habitar los corazones y permanecer en un plano intimista, sin incidencia en la realidad socio-política. Hay diversas acepciones del Reino, y por eso no es posible igualar el discipulado a la creencia en el Reino de Dios que predicaba Jesús. José de Arimatea podía ser un judío piadoso que esperaba el Reino de Dios de la creencia judía y que saca el cuerpo de Jesús crucificado por respeto a la fiesta pascual.
Como vemos, Mateo y Juan han hecho hincapié en que José era seguidor de Jesús. No hay mención explícita al Reino en sus versículos porque se sobreentiende que, siendo discípulo, cree en lo mismo que su Maestro. Juan aclara que su discipulado era secreto, como el de Nicodemo. Mateo lo hace un hombre rico. Lucas, como analizaremos a su debido momento, añade características específicas (hombre recto, justo, en disensión con el resto del Sanedrín).
En Marcos, José de Arimatea puede ser, sencillamente, un judío notable. Es miembro del Sanedrín, órgano jurídico-religioso de Israel compuesto por 71 miembros de los sumos sacerdotes, ancianos y escribas. Los sumos sacerdotes son, para el tiempo de Jesús, los que han ocupado el cargo de sumo sacerdote del Templo en años anteriores y el que lo ocupa actualmente, inclusive aquellos sacerdotes de alto rango; los ancianos son la aristocracia laica de Jerusalén, bien acomodados económicamente; y los escribas eran los que, sabiendo leer y escribir, estaban encargados de la interpretación oficial de la Torá, los estudiosos de la Ley. El Sanedrín decidía con poder de legislación, y hasta podía sentenciar la muerte que se ejecutaba si el procurador romano la avalaba. En ese espacio que ha condenado a Jesús se encuentra José de Arimatea. No se nos dice que hubiese estado en contra de la condenación; al menos no lo dice Marcos. Y la audacia o valentía que éste debe tener para presentarse frente a Pilato, no proviene de su adhesión al Crucificado, sino de su condición de sanedrita, cuando era sabido que Pilato no consideraba a los miembros del Sanedrín personas gratas. Unos versículos más adelante, el autor relata lo que parece ser un entierro cuidadoso realizado por José, pero también es cierto que una sepultura digna era una obra judía de gran valor, y que la posible impureza en que incurría quien tocaba un cadáver, era anulada por el buen gesto de dar sepultura. En definitiva, el personaje José de Arimatea de Marcos no está presentado de manera clara como discípulo de Jesús, y por lo tanto, resulta lógico interpretarlo como un judío que espera el Reino de Dios según el judaísmo.
Y aquí está la razón para que este versículo sea analizado junto a lo escatológico. La espera judía del Reino es una espera sí o sí hacia delante, hacia un Reino que se instaurará con su sede en Sión, donde efectivamente habrá un soberano (Yahvé) sentado en un trono (Templo de Jerusalén), y el terreno físico del Reino será el universo todo, la tierra entera. Los súbditos serán las naciones e Israel se expandirá como portadora de la verdad primigenia, como pueblo elegido, como modelo para los que eran paganos. Esta visión de un telos (un final), sin dudas estaba presente en Jesús. No se puede decir que se había separado completamente de esta escatología judía. Lo había empapado en su infancia y en su formación, y su Reino de Dios contenía un aspecto de telos también. Era un Reino presente, cercano, ya actuante, cotidiano, pero crecía y crecía (como veremos al analizar el misterio y la fuerza del Reino, comparable a semillas que se siembran en la tierra). Este crecimiento apuntaba a una maduración total y definitiva, a una plenitud. Es difícil hablar de una realización del Reino porque parece contradecir lo que afirmamos. El Reino ya está realizado en cierta manera y se sigue realizando, pero llegará un momento histórico en que lo será todo, y todos lo entenderán, y todas las personas podrán vivir en su realidad (en su justicia, en su amor, en su gozo, en su libertad, en su liberación).

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