miércoles, 6 de abril de 2016

(Reino de Dios) Lo que te sobra le falta a otro

(Mc 10, 23-25) Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: “Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. [Mt 19, 23-24; Lc 18, 24-25]


Es difícil que un rico entre al Reino. Pero más que difícil parece imposible, porque resulta más probable que un camello atraviese el ojo de una aguja. Por lo tanto, la afirmación de fondo es que las riquezas impiden el acceso al Reino. ¿Qué quiere decir esto? ¿Cuál es el sustento teológico de Jesús para tan categórica afirmación? Se esperaría que, en un contexto fuertemente religioso como lo era Israel, Jesús propusiera, como los demás maestros de su época, parámetros morales de salvación/condenación. Podrían entrar al Reino los probos, los puros en sus actos, los fieles a la Ley. Sin embargo, Jesús expresa abiertamente que el rico queda fuera, y por deducción, el pobre es heredero del Reino.

El hincapié en el tema de las riquezas como dato positivo (o negativo) pertenece a la mejor tradición profética del Antiguo Testamento. Los profetas de Israel han denunciado la idolatría religiosa, las faltas morales de sus monarcas, pero sobre todo, la injusticia social. El sólo hecho de que unos pocos tengan demasiado, en derroche, y otros pasen hambre, es signo evidente de que las cosas no están funcionando, y que se está contradiciendo el proyecto original de Dios. Ese proyecto tuvo siempre como referencia al Génesis, el Jardín del Edén, Adán y Eva antes del fruto. Más allá de todas las connotaciones teológicas que pueden extraerse de esa escena primigenia, podemos decir que en el principio no había dinero y la economía no se dividía en clases sociales. Adán y Eva (la humanidad) comen lo que hay en el Edén, gratuitamente (por gracia), y no tienen otra posesión que a sí mismos y al otro, al compañero. No hay una economía de ricos y pobres, sino una economía de la gracia. Ya con Caín y Abel las cosas han cambiado: uno produce ganado, el otro tiene producción agrícola. La irrupción de la economía del tener y el acumular destruyó el ideal del Génesis, o sea, el sueño de Dios para la humanidad.
Jesús entronca con la tradición profética. En Marcos, al menos, las cuestiones éticas propiamente dichas son bien pocas y delimitadas sobre tópicos precisos. La ética del Reino se expresa en la cercanía con los parias, los marginados, los últimos, los pobres. De este colectivo es el Reino. De los generadores de marginación (ricos, poderosos, clases acomodadas, aristocracias) no puede ser el Reino porque están contradiciendo a Dios. Las riquezas acumulativas, por lo tanto privativas para otros, representan un anti-Reino. Se oponen a la justicia social, a la igualdad de oportunidades, a la calidad de vida. Lo que unos tienen de más, le está faltando a los otros. Sería hipócrita que Jesús predicara el Reino de Dios que predica y no dijese nada respecto a las riquezas. Estaría validando los reinos rapaces del mundo (en su caso, validando al Imperio Romano). Roma necesita las riquezas para sostenerse; necesita un estilo de vida para sus dirigentes, necesita fabricar armas para sus ejércitos, necesita ostentar para que las demás naciones lo vean y tiemblen, necesita sobornar y comprar opiniones. Roma sin capital se cae a pedazos. El Reino de Dios es diametralmente opuesto: si se sostuviese en el dinero, sería una farsa. El Reino de Dios existe y se desarrolla en una perspectiva de gracia, de gratuidades y de amor. Al contrario de nuestros gobiernos (los de antes y los de ahora, dictatoriales o democráticos), el Reino de Dios no necesita generar un poder económico (que siempre se genera a costa de otros) para tener gobernabilidad. Por eso no necesita rodearse de ricos y poderosos que aporten regularmente para campañas políticas o para sobornos.
Los ricos no pueden entrar al Reino porque el tamaño de sus riquezas los convierte en camellos, los hace demasiado cargados, poco ligeros. El sentido de la imagen del camello pasando por el ojo de la aguja no es que la entrada esté tan restringida que resulta ser algo pequeñísimo, sino al contrario, que el rico está desproporcionado, y como desproporcionado podemos decir que está deformado. Las riquezas deforman al ser humano y deforman a la humanidad. Jesús sabe que si Roma es derrotada, otro imperio tomará su lugar, o los mismos rebeldes israelitas lo harán, pero se basarán en los mismos principios del capital. Y entonces, el orden será, de fondo, igual. Unos tendrán más, otros tendrán menos, y la mayoría no tendrá nada. Por ello no puede haber ricos en el Reino, porque el Reino de Dios es distinto, es otra cosa, es un verdadero cambio (o un verdadero regreso a los orígenes).

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