jueves, 9 de noviembre de 2017

1. La fuerza del Reino - Marcos




(Mc 4, 26) Y Jesús decía: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra”



Mc 4, 26 da inicio a una parábola que es propia del Evangelio según Marcos, y que ni Mateo ni Lucas han reproducido en sus obras. La frase inicial reproduce un esquema literario de inicio de las parábolas: el Reino de Dios se parece a, el Reino de Dios es como, puede decirse del Reino de Dios lo mismo que. Estas expresiones que parecen adelantar una comparación, deben tomarse con precaución para no confundir la parábola con el género comparativo, siendo dos formas diferentes de relatos. Clásicamente se traduce: el Reino de Dios es como; pero parece ser más correcto traducir: el Reino de Dios sucede como sucede lo de un hombre que echa la semilla en la tierra. No estamos ante una imagen estática, ante una pintura sin movimiento del Reino; Jesús lo describe dinámicamente, como un proceso, como algo en movimiento y en constante fluidez. Por eso estamos ante una parábola y no ante una comparación, así sin más.


La parábola se prolonga desde el versículo 26 hasta el 29. Es un relato muy breve, muy conciso. Los comentaristas se han dividido en cuanto al nombre que debe recibir la parábola, divididos, por tanto, respecto al eje de la misma. Para algunos es una parábola sobre la semilla que crece por sí sola; para otros es la parábola del labrador que espera pacientemente; un tercer grupo considera que el centro de la parábola está al final, en un mensaje escatológico sobre la cosecha. El Reino de Dios, entonces, puede suceder como sucede el crecimiento de la semilla, o como el tiempo que tarda en dar fruto, o como la paciencia, o como la hoz que siega la humanidad. La situación narrada es una situación clásica de la agricultura: un hombre sembrará, esa semilla sembrada crecerá y, llegado el momento, se cosechará. Pues bien, el Reino de Dios se parece a esta situación; a toda esta situación. El Reino de Dios no es como ese hombre ni como esa semilla precisamente; sino que el Reino de Dios sucede como se da esa situación que describe la parábola. Creo que el centro de la misma no son los personajes, sino los tiempos, y tampoco los tiempos en sí, sino la idea del crecimiento sostenido.

Establezcamos que la parábola, a pesar de describir un hecho común de la agricultura, se olvida de algo que los sembradores de Palestina sí hacían: trabajar alrededor de la semilla sembrada, sobre todo quitando las malezas. El hombre de la parábola no se preocupa demasiado. El crecimiento sucede y él no sabe cómo. Hoy por hoy, con los conocimientos biológicos de los que disponemos, la afirmación parece caduca. Quizás este labrador no lo sepa, pero la ciencia sí; sabemos cómo crece la semilla. En tiempos de Jesús eso era desconocido. La semilla crecía bajo tierra de alguna forma misteriosa, desconocida, y sólo Dios podía saber el proceso real de la transformación. Por eso tiene tanto sentido para una parábola sobre el misterio del Reino y de su crecimiento.

La semilla tiene una potencia, y la tierra una fuerza intrínseca. No sabemos más que eso. Sólo Dios sabe el proceso real. Se conoce el inicio y el final (por fe, por esperanza), pero el trayecto es algo que sólo Dios conoce. Y sin embargo, la fuerza sigue empujando, llevando hacia delante, hacia una realización que lleva a la cosecha. La hoz y la siega son dos imágenes propias de la apocalíptica dramática (cf. Jl 3, 13), del Día del Señor en que la ira divina arrasa con lo malvada. Pero la parábola de Marcos parece culminar con una cosecha de júbilo. El hombre sale a cosechar con su hoz porque finalmente el misterio de la semilla y la tierra (misterio de Dios) han revelado el fruto contenido.


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