miércoles, 15 de noviembre de 2017

La ética del Reino - Marcos


(Mc 9, 47) Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena. [Mt 5, 29; Mt 18, 9]



Si bien esta frase de Jesús en Marcos tiene dos paralelos en el Evangelio según Mateo, es Marcos quien nombra explícitamente el Reino de Dios. Mateo prefiere el término vida en lugar de Reino de Dios. Marcos, en realidad, también habla de la vida. Mc 9, 47 es precedido por dos versículos de estructura similar: si tu mano es ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar a la Vida manco (Mc 9, 43); y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida (Mc 9, 45). Haciendo una exégesis comparada, podemos decir que la utilización que hace en este lugar el autor del concepto del Reino de Dios se equivale a la Vida, con mayúsculas; vida en plenitud en la compañía de Dios, vida eterna, paraíso final y definitivo, retorno al Edén. Hay muchas maneras de expresar esa realidad que la fe y la esperanza identifican como plétora absoluta, como abundancia de lo mejor, como estar empapado de la gracia sin telones ni muros que nos separen de la fuente del amor. Para Marcos, el Reino de Dios se puede asociar a esto. El Reino de Dios es, en cierto sentido, un espacio de vida plena.


Pues resulta que esta plenitud, esta gracia sobreabundante, exige inmediatamente un estilo de vida. La vida terrenal está tan profundamente conectada a la Vida total (es parte componente de esa totalidad) que la tensión escatológica la transforma. Estamos ante una ética del Reino, pero no ante un moralismo. Hablamos de ética y no de moralismo porque ética es una palabra que deriva del griego ethos, lo cual se refería, originalmente, al lugar donde habitan los hombres y animales, al hábitat. Con el tiempo, la definición se amplió hacia lo abstracto y dejó de ser un lugar físico para transformarse en el sitio donde habita el ser humano en su esencia, o sea, su ser. Ethos es nuestra forma de existir, nuestros lugares comunes de la conducta. Jesús no se concentra en el hecho moral, en cada acción particular. Jesús presenta una forma de vida, una ética, que está basada en la libertad. Esta forma de vida está impulsada por el Reino de Dios, por la Vida total. La existencia de la gracia (amor infinito y gratuitamente indiscriminado) impele a un ethos. No es una obligación; no son leyes que, incumplidas, arrastran a la prisión o a la pena de muerte.


Esta idea de un castigo que no es impuesto desde fuera (impuesto por Dios), sino que surge de un rechazo a la gracia, se clarifica cuando penetramos en el sentido de la Gehena. Gehena es la abreviación de gé-ben-hinnóm, que significa Valle de Hinnom, un lugar situado al sur de Jerusalén, donde en tiempos de los reyes Ajaz y Manasés se sacrificaban niños pequeños al dios Moloch, inclusive con la participación de los mismos reyes (cf. 2Ry 23, 10; 2Cro 28, 3). Este valle se convirtió, por lo tanto, en un sitio despreciable, cuna de las peores crueldades. Así llegó a ser símbolo, para la apocalíptica judía, del final más despreciable, del sitio destinado a la muerte total; allí donde los seres humanos dieron culto a la muerte de los más inocentes, es donde Dios tomará el partido definitivo por ellos, por los asesinados de la historia. Este lugar apocalíptico, en la época de Jesús, era un basurero, literalmente. Por el desprecio que causaba a los judíos, se había convertido en un vertedero de la mugre de la ciudad y de las aldeas. Ese basurero, entonces, representa lo opuesto a la Vida/Reino de Dios. Rechazar la gracia es arrojarse al basurero del universo, es convertirse en desperdicio de la humanidad. Dios nos crea y nos ama haciéndonos dignos, pero si vivimos separados del amor creador, nos consideramos descartables a nosotros mismos, nos quitamos la dignidad, y terminamos en un vertedero.

La ética del Reino pretende hacer presente la gracia (amor) de Dios en la existencia particular y comunitaria. La trillada frase pastoral de hacer el Reino de Dios, bien entendida, quiere decir que vivimos según la Vida total, que intentamos vivir según la plenitud de un amor que nos crea, sostiene y moviliza. Tres figuras utiliza Jesús en estos versículos que estamos analizando para representar al ser humano: mano, pie y ojo. La mano es figura de la actividad, del hacer. La palabra en griego que traducimos como mano (queir) es equivalentemente traducida como brazo. En el Antiguo Testamento, es el brazo de Yahvé el que libera y hace justicia (cf. Ex 6, 6). El pie se entiende en relación al camino, pues por donde se camina determina a dónde vamos y a quién seguimos. El camino es, en la cultura semita y en muchas otras, la figura del modo de vivir. El ser humano puede caminar en los caminos del Señor (cf. 1Ry 2, 3) o rechazarlos (cf. Mal 2, 8); ese es el resumen teológico deuteronomista (cf. Dt 11, 26-28). Para el ojo hay que recordar que varias citas del Antiguo Testamento relacionan el ojo con un estilo de vida altanero, egoísta y aferrado a las riquezas. Citemos Sal 101, 5b: “Ojo altanero y corazón hinchado no los soportaré”. Prov 28, 22, aunque traducido no literalmente en nuestras Biblias, asegura que “quien tiene mal ojo, corre rápido a enriquecerse”. En la misma interpretación se sitúa Sir 14, 10: “El ojo envidioso mira con envidia el pan que otro come, y a su propia mesa siempre hay alborotos”. El ojo es símbolo de la relación con los bienes materiales; un ojo bueno/sano no es avaro ni envidioso; un ojo malo/enfermo codicia y retiene para sí.

La vida, meditada desde esta ética del Reino, es posibilidad infinita de eternidad y realización, o desperdicio, desaprovecho de oportunidades. Marcos no ha conservado grandes discursos éticos ni una serie de mandamientos para la vida cristiana; prefirió transmitir la esencia de la ética del Reino. Hay que vivir desde el amor y para el amor. Amar como Dios ama.


No hay comentarios:

Publicar un comentario