lunes, 4 de diciembre de 2017

Resumiendo el Reino de Dios en el Evangelio según Marcos


La predicación de Jesús, en Marcos, se abre con la proclamación del Reino. Son las primeras palabras que pronuncia públicamente, las que determinan su misión: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1, 15). Marcos habla del tiempo cumplido como si la historia hubiese colmado las expectativas, como si estuviese a punto de parir un nuevo comienzo. El tiempo se ha cumplido, ya no puede esperarse más. El Reino está cerca, cercano, accesible, a la vuelta de la esquina. Esa es la premisa que marca la acción frenética de Jesús. No hay por qué demorarse. Hay que vivir como se viviría con el Reino presente, porque está ahí, al alcance de la mano. Esa es la Buena Noticia (el Evangelio) que proclama Jesús: el Reino no está al final del camino, en un futuro muy lejano. Para Marcos, el Evangelio es Jesús, que es el Cristo, que es el Hijo de Dios (cf. Mc 1, 1). El Cristo como salvación, como mano amorosa de Dios que libera; el Hijo de Dios para hacernos hijos a todos y hermanos entre nosotros.


Paradójicamente, este Cristo Hijo de Dios es crucificado. No sería lo esperado. José de Arimatea aparece ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús y Marcos, quizás intencionadamente, recuerda que este hombre “también esperaba el Reino de Dios” (Mc 15, 43). José parece decepcionado porque esperaba el Reino como lo esperaban sus compatriotas: con majestuosidad, con una revelación final y bélica de Yahvé que destruya a los enemigos. Sin embargo, el agente mesiánico está muerto. Está planteada la paradoja: Dios instaura el Reino por un medio distinto al esperado tradicionalmente. Este Reino extraño y misterioso es como una semilla que crece por sí sola bajo la tierra; es como un grano de mostaza que comienza diminuto y se expande para cobijar las aves del cielo. Nadie apostaría por este Reino, pero eso no impide que siga su camino hacia la plenitud.

Jesús anticipaba profética y poéticamente su esperanza en esta fuerza de la semilla del Reino en la última cena con sus discípulos, cuando tomando la copa y pasándola, asegura que no volverá a beber el fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino (cf. Mc 14, 25). Podría ser una especie de voto: se prohíbe Jesús del vino, se abstiene, como signo de que no puede celebrar estando el mundo como está; hay que hacer algo que acelere la unificación entre este orden injusto de cosas y el orden del Reino, que es justicia universal. Jesús ha celebrado con los desamparados de esta tierra, ha comido y bebido con ellos en banquetes de inclusión, pero el Reino está tan cerca, que urge tomar medidas drásticas para que ya no haya desamparados. Habrá nueva celebración cuando haya Reino de Dios. Aunque eso le cueste la vida.

La privación del vino se convierte en realidad, porque esa misma noche es apresado y luego crucificado. Pero el vino nuevo también se realiza, porque la cruz es seguida por la tumba vacía y la nueva realidad del Resucitado.


Esta asociación entre el Reino y la vida entregada tiene su desarrollo más velado durante el desarrollo del Evangelio y, especialmente, cuando Jesús camina con sus discípulos hacia Jerusalén. Durante este camino, el Maestro enseña las claves discipulares a sus seguidores. Allí se relativiza todo a favor del Reino, que es lo absoluto, lo que vale la pena (cf. Mc 9, 47). Entran al Reino los que se hacen como niños y los que entienden el Reino como lo entiende un niño (cf. Mc 10, 13-16). Finalmente, para entrar al Reino hay que despojarse de las riquezas (cf. Mc 10, 23-25). Cuando las comunidades cristianas vivan el Reino como absoluto, se hagan como niños y se olviden de las riquezas, entonces el Reino se hará más evidente en la historia. Pero si las comunidades cristianas no entienden esto, la plenitud del Reino se retardará, aunque, como la semilla que crece por sí sola, el proceso seguirá adelante, porque no depende únicamente del ser humano, sino sobre todo de Dios.

El Reino es un don divino, un regalo. Hay un proceso del Reino en la historia. Un proceso muy silencioso, pequeño, casi oculto. Pero da fruto. Muchos no se animan a dar la vida por el Reino porque no pueden verlo concreto y majestuoso; sin embargo, Marcos asegura que cada martirio, cada vida entregada por el Evangelio, es contribución a ese proceso de la semilla que no se ve, pero está. Los mártires, en definitiva, son los que han podido ver el Reino cercano, a la vuelta de la esquina, y esa visión los sostuvo. Han visto el Reino en los niños pequeños, en los pobres y en los que aman por encima de todo. Con esas visiones: ¿quién puede negar que el Reino está al lado nuestro?

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