miércoles, 24 de enero de 2018

1. Reino para ellos - Mateo



(Mt 5, 3) “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos” [Lc 6, 20]

Mateo tiene un elenco de personajes o estereotipos que ingresan o heredan el Reino, y un elenco de los que no lo hacen. Con esta lista virtual, no ordenada, el autor presenta modelos a seguir. El discipulado, más allá de tener la guía de la persona de Jesús, debería fijarse en estas representaciones que ofrece el Evangelio para moldear su existencia y para transformar el mundo. Porque, ciertamente, más allá de lo personalista, de salvarse a sí mismo, los modelo que presenta Mateo son una demostración de las maneras que pueden cambiar la sociedad. Si todos fuesen como los pobres en espíritu, como los escribas convertidos o como los niños, la transformación no se haría esperar.

El primer personaje de este elenco son los pobres en espíritu, mencionados en las bienaventuranzas, específicamente en la primera de ellas. La reconstrucción de la historia del origen de estas palabras es discutida. Es muy probable que se remonten a Palestina, a la misma boca de Jesús, y eso hace más intrincada la investigación. Mateo no es el único que las ha conservado. También Lucas se ha hecho eco, aunque las diferencias entre ambos escritores saltan a la vista. Sin embargo, a primera vista, el texto compartido lo convierte en una hipótesis de texto anterior, que tanto Mateo como Lucas han podido tener a mano para redactar y modificar. Este texto anterior podría haber circulado como discurso, como colección de palabras del Señor, lo que se prestó a que cada autor dispusiese del mismo en el contexto que considerara más adecuado. Mientras Lucas sitúa las bienaventuranzas en un llano (cf. Lc 6, 17), para Mateo es en un monte, donde Jesús emula a Moisés que subió al monte a buscar la ley de Dios para el pueblo. Lucas enumera cuatro bienaventuranzas (cf. Lc 6, 20-23) a las que corresponden cuatro malaventuranzas (cf. Lc 6, 24-26), mientras que Mateo enumera ocho o nueve (de acuerdo a la clasificación del biblista de turno) sin las malaventuranzas.

No podemos aseverar que las bienaventuranzas fueran dichas todas juntas, ni que las que han quedado agrupadas hayan sido dichas en ese orden, ni que hayan sido pronunciadas una sola vez, ni que tengamos la extensión total de las mismas. Puede que, en distintos momentos de su ministerio, Jesús haya sentenciado quiénes eran los bienaventurados de su Padre, y luego, las comunidades hayan agrupando estas sentencias hasta formar el conjunto que tenemos actualmente. Recordemos que hay más bienaventuranzas sueltas en los textos de Mateo (cf. Mt 11, 6; Mt 13, 16; Mt 16, 17; Mt 24, 46).
La que nos ocupa ahora, como ejemplo de aquellos que heredan el Reino, es una controvertida por su traducción. Tradicionalmente, muchos exegetas han opinado que la versión mateana sobre los que tienen alma de pobres es un salvoconducto al Reino para los ricos de las primeras comunidades, que no carecían de bienes, pero adherían al cristianismo. No eran pobres ni marginales, pero podían tener simpatía y compasión por el pobre. Para ellos sería esta bienaventuranza. Pero el problema, como muchas veces sucede en la Biblia, es la traducción. Si buscamos los sentidos originales en griego nos daremos cuenta que esa interpretación no tiene demasiado sustento, y deberíamos descartarla. La utilización de la palabra alma, por empezar, ya es incorrecta, y en nuestro sistema de pensamiento filosófico occidental trae la confusión. Porque alma de pobre, en nuestro lenguaje, sí puede significar el que se compadece del pobre o el que, teniendo riquezas, no ostenta ni vive lujosamente. Pero los manuscritos griegos dicen, textualmente, ptochos pneuma. El ptochos es el pobre más pobre, el que tiene que mendigar para poder comer algo, el último de la escala económica. Pneuma no es el alma, sino el espíritu, y en el caso que estamos analizando, el espíritu del ser humano, o sea, su fuerza vital, lo que lo impulsa, donde se generan las convicciones que guían la existencia. Pneuma es el viento existencial que dirige las velas de nuestra vida. El corazón, el ser humano íntimo y real, profundo, acciona en la vida siguiendo, muchas veces de manera inconciente, el soplo del pneuma.
Por eso, ptochos pneuma es mejor traducido como pobres en espíritu, los que son pobres por decisión propia, por soplo espiritual, porque sus existencias están guiadas por el viento de hacerse pobres con los pobres. No tienen alma de pobres y nada más, sino que han decidido y se han sumado al movimiento que los hace pasar de su situación a la pobreza. Son pobres porque así lo quiere, no porque el sistema los ha hecho pobres. Deliberadamente se han desprendido de sus riquezas, mayores o menores, para estar con los últimos, con los olvidados. El espíritu (el aliento de Dios) los impulsa a estar con el hermano sufriente, y hacerse marginal por/con los marginales. Los pobres por decisión son aquellos que han elegido el camino del hermanamiento haciéndose hermanos en la pobreza de los más desprotegidos y azotados por el sistema económico. Ellos heredan el Reino.
Hay que tener cuidado con las interpretaciones que pueden servir para justificar órdenes injustos. Jesús no bendice al pobre porque le va mal y en el futuro Dios lo recompensará; Jesús está alabando, en este momento, a los que toman una decisión vital de encuentro con el otro en su sufrimiento, al punto de desprenderse de lo propio. El Reino de los Cielos es de los que son capaces de hermanarse al extremo. No es de los que tibiamente se compadecen, pero se guardan para sí, ni de los que sienten pena por el sufriente, pero se mantienen en la seguridad de sus posesiones. Esta bienaventuranza es un grito profético; nada que ver con una validación de burguesías y caridades. Al contrario: este grito profético estalla en la cara de las burguesías y las caridades. El Reino no se materializa en la simpatía por el pobre, sino en la vida compartida con éste.

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