jueves, 11 de enero de 2018

5. El Reino que llegará - Mateo


(Mt 26, 29) Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre. [Mc 14, 25; Lc 22, 18]



Esta frase de Jesús es común a los tres Evangelios Sinópticos, y ya analizamos las posibles interpretaciones de la misma en el apartado sobre Marcos. Algunos creen que es una frase escatológica pura, con la proyección de un deseo en un futuro muy futuro, que sería el famoso Día del Señor del Antiguo Testamento; otros interpretan un voto de ayuno, parecido a los votos de los nazireos, en espera del triunfo del Reino; algunos más creen que Jesús se priva del vino de la alegría en esta tierra, porque la tierra está atestada de oprimidos infelices que no pueden compartir el vino, por lo tanto, lo volverá a tomar cuando todos puedan participar del banquete, y entonces sea vino nuevo en un mundo nuevo.


Desde la óptica de Mateo conviene resaltar, en primer lugar, que el autor no escribió Reino de los Cielos, como es su costumbre, y prefirió Reino de mi Padre, seguramente respetando una tradición anterior a él de la que se hace eco. Podríamos estar ante un indicio de la antigüedad del dicho en cuestión. El otro punto a considerar, siempre desde Mateo, es el sentido judío que puede tener la expresión en el marco judío de la pascua. Los banquetes son la simbología religiosa de lo que, escatológicamente, es el momento pleno donde los humanos comparten la vida con los otros y con Dios. Para Israel, esos otros humanos son los israelitas, tanto los que han podido permanecer viviendo en la Tierra Prometida, como aquellos de la Diáspora, quienes peregrinarán en la pascua definitiva para celebrar con sus hermanos, todos juntos frente a Yahvé. Algunos profetas avizoraron un banquete final con la participación pagana, seguramente en el monte Sión, tras la manifestación definitiva de Yahvé que no dejó dudas a nadie. Pero en general, el pensamiento judío planteaba que la pascua final la celebraría sólo el pueblo elegido de Israel. Por su fidelidad a través de la historia, Dios los premiaría.

Jesús conoce esta creencia un tanto sectaria de la pascua definitiva. A lo largo del Evangelio, Mateo dejó en claro que Jesús, mesías judío, tiene sus ojos puestos en un horizonte más allá del propio límite de Israel. El discípulo perfecto del Reino no es el piadoso, sino el justo. Ambos conceptos no son lo mismo. El piadoso es el que cumple las legislaciones religiosas, tanto las que figuran explícitamente como orden de Yahvé, como aquellas que se han desarrollado humanamente para ordenar el culto y la fe. Es piadoso porque vemos sus acciones de estereotipo religioso, pero no sabemos cómo es su corazón. El justo, en cambio, es el que intenta hacer las cosas con la mirada de Dios, y el que piensa y actúa según el esquema de pensamiento y acción de Dios. El justo no se guía por las leyes, sino por Dios mismo, por eso puede transgredir una ley religiosa si es necesario para mantenerse fiel a Dios. Del justo podemos conocer su corazón a través de sus acciones, porque sus actos son reflejo cristalino de lo que está pensando y sintiendo.


Esta aclaración es para que podamos ver cómo un banquete pascual definitivo que podría entenderse nacionalista y exclusivo, se abre a la universalidad. Jesús es un justo, no un piadoso; y espera también discípulos justos y no piadosos. La pascua final que espera Jesús para tomar el vino nuevo, la espera desde su justicia. Su escatología tiene más que ver con que se haga presente la justicia según Dios a que todos adoren según las normas del Templo de Jerusalén. Lo primero es el Reino de Dios y su justicia (como ya analizaremos más adelante); lo primero es que los justos compartan el banquete de su Dios justo. Ese vino nuevo de la alegría renovada es la instauración de la justicia del Padre en el mundo: una justicia del prójimo y no del connacional, una justicia del que sufre y no de los rituales de curación, una justicia de respeto a la vida del hermano y no de adoración ciega a la divinidad, una justicia de la vida que es gratuita (gracia) y no de la eternidad que hay que ganar con ofrendas.


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